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REZAR ESPERANDO Y ESPERAR REZANDO

Zacarías

Te lo relato como lo leí hace poco.  He de decir que me golpeó por tratarse de uno de los misterios de la vida.  Por eso te lo comparto…

En aquella casa vivía

“un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, cuya mujer, descendiente de Aarón, se llamaba Isabel.  Los dos eran justos ante Dios y caminaban intachables en todos los mandamientos y preceptos del Señor; no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada”

(Lc 1, 5-7).

“Zacarías e Isabel eran, los dos, de familias sacerdotales.  No era obligatorio que un sacerdote se [casara] con una mujer de su tribu, pero era doble honor que así fuera.  [Ahora, si eran] nobles por su sangre religiosa, lo eran también por sus actos, (…)

[Porque dice el evangelista que] no solo eran justos, sino que eran “justos ante Dios” (¡y a Dios no lo engaña nadie!) y no solo cumplían todos los mandamientos del Señor, sino que los cumplían [de manera intachable], “sin falta”, “sin reproche” (no caían, como los fariseos, en un mero cumplimiento externo)”.

Pero… sí, había un “pero”. Y es que, en aquella casa, en aquel matrimonio, se había instalado un drama.

“¿Por qué su casa no estaba llena de los gritos y carreras de niños, cuando en Israel los hijos eran el signo visible de la bendición de Dios?

En aquel tiempo debía de ser terrible la esterilidad, sobre todo para un matrimonio que vivía santamente.  Porque no podían interpretar aquello de otra manera que como un castigo de Dios.

Cuando Isabel y Zacarías se casaron, comenzaron a imaginar una familia ancha y numerosa.  Pero, meses más tarde, Isabel comenzó a mirar con envidia cómo todas sus convecinas, las de su edad, comenzaban a pasear por las calles del pueblo orgullosas de su vientre abultado. ¿Por qué ella no? 

Zacarías trataría de tranquilizarla. “Vendrán, mujer, no te preocupes”. Pero pasaban los meses y los años y los niños de sus amigas corrían ya por las calles”, en cambio, los suyos no llegaban…

“Zacarías e Isabel ya no hablaban nunca de hijos.  Pero ese cáncer crecía en su corazón.  Examinaban sus conciencias: ¿En qué podía estar Dios descontento de ellos? 

Quizá Isabel comenzó a sospechar de Zacarías y Zacarías comenzó a pensar mal de Isabel: ¿qué pecados ocultos le hacían a él infecundo y a ella estéril? Pero pronto ella se convencía de que la conducta de él era intachable y él de que la pureza de su mujer era total.

¿De quién era la culpa entonces? No querían dudar de la justicia de Dios.  Pero una pregunta asediaba sus conciencias (…): ¿por qué Dios daba hijos a matrimonios mediocres y aun malvados -allí en su mismo pueblo- y a ellos, puros y merecedores de toda bendición, les cerraba la puerta del gozo?

¡No, no querían pensar en esto! Pero no podían dejar de pensarlo.  Entraban, entonces, en la oración y gritaban a Dios, ya no tanto para tener hijos, cuanto para que la justicia del Altísimo se mostrara entera.

Llevaban, mientras tanto, humildemente esta cruz, más dolorosa por lo incomprensible que por lo pesada.  Así habían envejecido.  En la dulce monotonía de rezar y rezar, esperar y creer”.

MISTERIOS DE LA VIDA

Así hay muchas parejas, muchos matrimonios.  Son buenos, santos incluso. Se han casado y han soñado lo que todos al casarse: hijos, como fruto del amor entre ellos.  Pero no llegan.

¿De quién es la culpa? De ninguno.

¿En qué se equivocan? En nada.

¿Por qué es tan injusto Dios? No es injusto.

No se trata de un castigo.  Simplemente no lo entendemos.  Como te dije, es uno de esos misterios de la vida.

“Solo Dios es Señor de la vida y de la muerte, el que da la salud y la enfermedad”

(Dt 32, 39; Jb 5, 18).

Y ese es nuestro Dios, el tuyo y el mío, que nos ama con locura…

No es lo que nosotros muchas veces pensamos…

“Porque [lo dice el mismo Dios] mis pensamientos no son sus pensamientos, ni sus caminos, mis caminos (…).  Tan elevados como son los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre sus caminos y mis pensamientos sobre sus pensamientos

(Is 55, 8-9).

Y es que siempre tienen algo de inescrutable los designios de Dios.

NO ENTIENDO, PERO CREO EN TI

Pero es que, Señor, ¡esto es injusto! Porque hay buenos matrimonios que buscan hijos y no los tienen, mientras hay otros que no los buscan y los tienen.

Hay parejas excelentes, abiertas a la vida que no conciben, mientras otros, apenas comienza la vida, ven cómo se deshacen de ella…

Hay amores nobles y limpios que confían en Ti poniendo todos los medios legítimos y nada, mientras otros juegan a ser ellos los “señores de la vida” abusando de los supuestos medios que los hombres hemos creado y se hacen “señores de la muerte” …

¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

No lo entiendo.  No se entiende… pero creo en Ti, Tú eres Dios.  Creo, tengo fe, pero no puedo dejar de decir que es un creer, a veces, un tanto golpeado, magullado…

Isabel y Zacarías

“creían todavía.  Isabel con una fe más sangrante y femenina. (…) La fe de Zacarías no era menos profunda, pero sí menos ardiente.

Era esa fe de los sacerdotes que, precisamente porque están más cerca de Dios, la viven más cotidiana y menos dramáticamente.

[Porque (todo hay que decirlo) este es el riesgo que a veces nos jugamos los sacerdotes…] También él rezaba, pero, en el fondo, estaba seguro de que su oración ya no sería oída.

Si seguía suplicando era más por su mujer que porque esperase un fruto concreto.  En el fondo él ya solo sufría por Isabel.

Con esta fe amortiguada (…) entró aquel día en el santuario.  Junto a él, los cincuenta sacerdotes de su “clase”, la de Abías, la octava de las veinticuatro que había instituido David. (…) Y aquel día fue grande para Zacarías”. Porque

“le cayó en suerte, según la costumbre del Sacerdocio, entrar en el Templo del Señor para ofrecer el incienso”.

Era algo que solo podía tocarte una vez en la vida.  Y ese fue el gran día de Zacarías.

ESTO NO SE ACABA HASTA QUE SE ACABA

Estando en esas,

“se le apareció un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso.  Y Zacarías se inquietó al verlo y le invadió el temor.  Pero el ángel le dijo: -No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada, así que tu mujer Isabel te dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Juan”

(Lc 1, 9-13).

Zacarías no estaba para bromas.  Pero con Dios no se bromea y Dios, con esto, no bromea… La respuesta de Dios fue

“generosa y dura.  Generosa concediéndole lo que pedía, dura castigándole por no haber creído posible lo que suplicaba”.

Se quedó mudo.  Nadie entendía, pero todos comentaban.  Excepto él, que ni hablar podía…

A Isabel le llegaron rumores, porque estas cosas no pasan todos los días.

“Isabel sintió, más que nadie, que un temblor recorría su cuerpo.

Pero solo cuando -concluida la semana de servicio- Zacarías regresó a su casa y le explicó -con abrazos y gestos- que su amor de aquella noche sería diferente y fecundo, entendió que la alegría había visitado definitivamente su casa”

(Vida y misterio de Jesús de Nazaret, I. Los comienzos, José Luis Martín Descalzo).

Sabemos, por experiencia, que no todas las historias terminan así.  Pero me atrevo a decirte (y perdona mi atrevimiento): no decaigas, no desesperes, no reniegues… no digas basta, porque esto no se acaba hasta que se acaba.

Y cuando se acabe, todo estará muy claro, habrá una claridad meridiana que deslumbra y que todo aquieta porque a todo alcanza…

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