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TENEMOS QUE LLEGAR A LA META

Hoy es el domingo 16º del Tiempo Ordinario. El Señor nos dice que el Reino de los Cielos es como un granito de mostaza, la más pequeña semilla, pero cuando crece es más alta que las hortalizas y vienen los pájaros para anidar en sus ramas.

Con esta parábola, el Señor nos hace ver que lo pequeño, si se cuida bien, crece y se hace muy grande. Nosotros cuando nacemos somos como esa semillita pequeña que necesita cuidados.

Nuestros padres se encargan de cuidarnos, de alimentarnos, de vestirnos, de enseñarnos tantas cosas que son elementales para vivir y para crecer bien. Gracias a los cuidados que recibimos, podemos crecer bien. Los cuidados no se limitan a las necesidades del cuerpo, el cuerpo tiene sus necesidades, pero también el alma tiene necesidades.

A nuestros padres le corresponde educarnos. Uno de los fines del matrimonio es la educación de los hijos y los padres son los principales educadores. Cuando recibimos una buena educación, crece también nuestra alma.

El crecimiento del alma no es físico, es espiritual. El cuerpo tiene una limitada capacidad para crecer: va creciendo poco a poco, va estirando, va ganando en altura, en peso.

En cambio, el alma puede seguir creciendo toda la vida. ¿Y en qué consiste el crecimiento del alma? Fundamentalmente en el amor a Dios, que es lo principal.

¿Y cómo se logra el amor a Dios en las personas? Con amor. Cuando se les ama con el amor de Dios, es como si le robáramos a Dios un poquito de su amor y Él se deja robar su amor para nosotros amar con ese amor, con el amor que Dios nos da.

¿Y cómo es el amor de Dios? El amor de Dios es un amor oblativo, o sea, de entrega, de sacrificio, generosidad, incondicional. No es un amor posesivo, de propiedad. Dios nos crea libres y nos quiere más que nadie.

AMAR COMO CRISTO

Nosotros podemos distinguir perfectamente entre un amor bueno y un amor malo. El malo se llama egoísmo, amor posesivo, amor propio; cuando nos sentimos propietario de la gente, cuando nos apegamos a alguien, porque nos cae bien y lo queremos para nosotros, que nadie nos los quite.

Cuando sólo buscamos nuestra satisfacción, el placer, el pasarla bien como finalidad.

El amor bueno es como el de Jesucristo, que es Dios y como el de la Virgen María, que es nuestra madre. La Virgen María es una criatura creada por Dios como nosotros. Jesucristo nos ha dicho:

“Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”

(Jn 15, 12).

Tenemos que fijarnos en Cristo para aprender a amar y aprender cómo tenemos que hacer cada uno de nosotros con nuestro corazón: identificarnos con el corazón de Cristo, tener sus mismos sentimientos.

Y los sentimientos de Cristo es de la salvación de las almas, que las almas puedan llegar a ese lugar de felicidad que es el cielo. Aquí en la tierra, la tierra es una mala noche en una mala posada, hay muchas espinas, muchas contrariedades.

Pero, en el Cielo todo es felicidad y cuando uno quiere a una persona quiere su felicidad y entonces necesitamos identificarnos con Cristo, con el corazón de Cristo. El amor de Cristo es totalmente oblativo.

Dice la Escritura, de Cristo, que dio su vida por sus amigos y dice:

“Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos…”

(Jn 15, 13)

y ese es Jesucristo.

CORAZÓN DULCÍSIMO DE MARÍA

El amor de la Virgen María es inmaculado, limpio, puro. Por eso decimos de ella que es la Madre del Amor Hermoso. No hay amor más delicioso, más hermoso que el de María, el que procede de su corazón, “dulcísimo”.

Así la llamaba san Josemaría: “el corazón dulcísimo de María”. Y tiene, pues, un amor incondicional, donde no hay nada de concupiscencia, es totalmente oblativo, generoso, de entrega, de sacrificio, de estar siempre allí presente.

Por eso, en esa oración que se llama el Acordaos, la oración Saxum se recuerda: …jamás se ha oído decir que ninguno de los que ha acudido a ella, haya sido abandonado de ella…”

Ella siempre está, siempre se le encuentra y siempre nos está amando en todo momento.

Se crece bien cuando se apunta el cielo. Los papás, los colegios y toda la sociedad deben educar a las personas para que sean ciudadanos del Cielo. Esa es la misión que todos tenemos en la educación: lograr llegar a la meta.

Porque si no llegamos a la meta, nada vale la pena. No podemos quedarnos en la mitad del camino, tenemos que llegar al final y el fin del ser humano es el Cielo, es ver a Dios cara a cara.

El evangelio de hoy nos habla también del peligro de la cizaña. Con la palabra cizaña se indican las cosas malas y las cosas malas se deben eliminar. Pero, a veces, resulta que las cosas malas están donde están las cosas buenas: en nosotros mismos.

Nosotros mismos podemos tener muchas cosas buenas y también algunas cosas malas y esas cosas malas las tenemos que eliminar. Lo mismo en una sociedad puede haber personas muy buenas y santas y otras, que están ahí cerquita que están mal.

LA META ES EL REINO DE LOS CIELOS

En una misma familia puede haber una persona muy buena y una persona que está mal. Están mal porque pecan, no se arrepienten, porque hay corrupción, en fin… por tantos motivos.

Vemos muchas personas que están en el descamino. La misma sociedad se ha defendido siempre de los malos. Se les captura, se les hace un juicio, se les mete en la cárcel, hay penas de todo tipo, hasta la pena de muerte, que existe todavía en algunos países. La sociedad se defiende de los malos.

Cuando al Señor le preguntan, en el evangelio, si es conveniente separar la cizaña del trigo, Él dice:

“- No, no vaya a ser que por eliminar la cizaña se elimine también el buen trigo.”

(Mt13, 29).

El Señor nos dice a nosotros y en particular a la Iglesia: intentemos recuperar a los que se encuentran fuera del camino. Esa es la misión, la misión que tenemos todos los cristianos. Esas personas que decimos que están mal o son malas, vamos a ayudarlas para que sean buenas, para que cambien, es la Misión Apostólica.

Tenemos el deber de anunciar a Dios, Cristo, que está cerca, que está presente, que él nos ayuda a cambiar. Que haya conversiones, muchas conversiones para que todos se salven, porque la voluntad de Dios es que todos se salven. Y la Iglesia es el arca de salvación, a eso apunta a la Iglesia.

Por lo tanto, la educación debe señalar el camino querido por Dios. El camino que lleva al Cielo. Ya el Señor separará la cizaña del buen trigo, como dice el evangelio. Hay infierno y es una pena si alguien se condena.

Queremos que todos se salven y entonces tenemos ese papel de corredentores, identificarnos con Cristo, tener los mismos sentimientos de Cristo. No es solo labor de unos pocos, es misión de todos los cristianos. A eso debe apuntar nuestra educación.

La semilla que fue pequeñita se hace grande cuando puede llegar a la meta, cuando ya está camino de esa meta, que es el Reino de los Cielos.

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