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¡SORPRESA!

Sorpresa
CUÁNDO LLEGARÁ EL REINO DE DIOS

Estamos en este mes de noviembre en el que la Iglesia nos anima a rezar, a ofrecer sufragios por todos los fieles difuntos. Te pedimos, Jesús, que acojas en tu Reino a todos nuestros parientes y amigos que se nos han adelantado ya.

Y bueno, si el primero de noviembre conmemoramos a Todos los Santos, y el 2 de noviembre rezamos por todos los difuntos (incluso los sacerdotes podemos celebrar hasta tres misas ese día) elevando al cielo abundantes oraciones por nuestros seres queridos; si además es costumbre en muchos lugares ir a visitar los cementerios, llevar flores, rezar responsos (que es la oración oficial que la Iglesia reza por los difuntos); si este es el ambiente con el que comienza este mes, no es raro que los cristianos nos preguntemos por el más allá.

Los fariseos le preguntaron ¿cuándo llegaría el Reino de Dios? (Lc 17, 20).

Pues del interior de nuestras almas empiezan a surgir preguntas, la misma que te hacen en el Evangelio de hoy los fariseos Jesús. Por eso nos interesa mucho tu respuesta.

EL REINO DE DIOS ESTÁ YA ENTRE NOSOTROS

Él les respondió:

El Reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir: Miren, está aquí o está ahí; porque dense cuenta de que el Reino de Dios está ya en medio de ustedes

(Lc17, 20-21)

¿Cómo así? ¿En medio de nosotros? O sea, ¿ya está aquí? Y Jesús le responde: Si, ¿es que no te has dado cuenta?

Al hablar del Reino de Dios, hablamos de una realidad ya presente. Me acordaba de aquello que contaban del Santo Cura de Ars:

Durante una misa de Navidad, a media noche, se cantó después de la elevación un himno bastante largo. Y el celebrante sostuvo la sagrada hostia durante todo ese tiempo. Entonces decía uno: Le vi cómo miraba aquella hostia, unas veces con lágrimas y otras sonriendo. Parecía que le hablaba. Después venían las lágrimas y en seguida las sonrisas.

Después de misa en la sacristía, le pedimos perdón por haberle hecho esperar tanto. “¡Oh! El tiempo ha pasado sin que me diera cuenta, nos contestó. Pero, señor cura, ¿qué hacía usted cuando tenía la sagrada hostia en sus manos? Parecía estar conmovido.  –En efecto, se me ha ocurrido una idea. Le decía a Nuestro Señor: Si supiera que he de tener la desgracia de no verte en la eternidad, puesto que ahora te tengo en mis manos, no te soltaría(cfr. Francis Trochu, El Cura de Ars).

Vaya respuesta del Santo Cura de Ars. Tenemos el Reino de los Cielos más cerca de lo que somos conscientes, como él se daba cuenta y lo veía en esa misa en ese momento.

EL REINO DE DIOS EN LOS SACRAMENTOS

Tú eres Dios, Jesús, y sabemos que inhabitas,vives, en toda alma en gracia. Y creces en ella, y te manifiestas a través de las acciones de las personas que se dejan, que Te dejan, actuar en ellas. Ese es el Reino de Dios.


Pero esto no sólo sucede con los sacramentos, que por supuesto que sí.

Prenda de vida eterna llama la Iglesia la Eucaristía, o sea, pedazo de cielo. Pero también está, no sé, el palpar cómo un alma se escapa de las puertas del infierno con una confesión, o la Unción de Enfermos con la que un convaleciente consigue saltarse el purgatorio a la torera”... Y está el Sagrario (el Reino de Dios, Jesús, en el Sagrario) con la cohorte que le hacen los ángeles, esos mismos ángeles que le cantan en el Cielo. Yla Santa Misa con todos los ángeles y los santos que se hacen presentes; y con las almas del purgatorio que se asoman, especialmente en este mes, mendigando oraciones.

Hace falta abrir los ojos, ver.

Pero, decía, esto no sólo sucede en los sacramentos, sino en todo lo que hacemos.

En el epitafio de la tumba de Saint John Henry Newman se puede leer la siguiente frase: Desde las tinieblas de las apariencias, hacia la luz de la realidad. ¡Y tiene toda la razón! porque es abrir los ojos a la auténtica realidad.

Morirse no es dormirse, es despertar (cfr. Amor, soberbia y humildad, Pedro José María Chiesa).

HAY QUE ESTAR DESPIERTOS PARA TOCAR LA ETERNIDAD

Vivimos medio dormidos, cegados, anestesiados por las apariencias, y vamos por la vida persiguiendo cosas que apenas comienzan y ya se acaban, por cosas que se nos escapan, como el agua entre las manos.

La gente que te dice la felicidad, la razón de tu vida, el sentido de tu existencia, está en esto o en lo otro. Y Jesús, que nos dice en el Evangelio de hoy: “Entonces les dirán: Miren está aquí o miren está ahí. No vayan ni corran detrás (Lc17, 23).

Se trata de vivir despiertos en la medida de lo posible. Porque tocamos, tocamos la eternidad. El más allá lo tenemos al lado, en frente, en todo… Lo tenemos acá, en tu trabajo, en tu vida familiar, en tus amistades, en tu vivir una vida cristiana auténtica y coherente en la que te encuentras con Dios en cada esquina, en todo lo que haces.

Lo que sucede es que nos olvidamos de esto porque nos dormimos en nuestra normalidad. Pensamos que lo único que hay es lo que tenemos frente a nuestras narices, que los segundos son simplemente eso que marca el reloj: 60 en un minuto y 60 minutos en cada hora, de esas 24 que tenemos cada día y que se pasan volando.

LA LLAMADA SORPRESA A LA ETERNIDAD
El papa Francisco toca su crucifijo mientras lo conducen a través de la multitud durante su audiencia general inaugural, en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, el miércoles 27 de marzo de 2013. Francisco pidió el miércoles que se ponga fin a la violencia y los saqueos relacionados con el golpe de estado del fin de semana en la República Centroafricana, en su primera apelación de ese tipo por la paz desde que se convirtió en papa. (AP foto/Andrew Medichini)
Como decía el Papa Francisco

“En definitiva, hay normalidad, la vida es normal y nosotros estamos acostumbrados a esta normalidad: me levanto a las seis […], hago esto, hago este trabajo, voy a encontrar esto mañana […]. Y así estamos acostumbrados a vivir una normalidad de vida y pensamos que esto siempre será así. Pero […]vendrá un día en el que el Señor nos diga a cada uno de nosotros: Ven. Y la llamada para algunos será repentina, para otros será después de una enfermedad, en un accidente, no sabemos. Pero la llamada estará y será una sorpresa…” (Meditación diaria, 17 de noviembre de 2017).

Dentro de nuestra normalidad está el Reino de Dios, que es capaz de darle, a cada segundo,vibración de eternidad, como le gustaba decir a san Josemaría.

Pero nos dormimos. O no… Eso depende de qué tan conscientes somos, de lo que tenemos delante. ¡Que despertemos ya en vida, no esperemos a después!

Y ojo, que eso es lo que define la sorpresa de la que habla el Papa. Porque es muy distinta la sorpresa del ladrón cuando llega o aparece, o que sale ahí de repente, o la sorpresa de la fiestasorpresa. Porque en la primera hay nervios, susto, tensión. En cambio, en la otra hay alegría, risa, festejo.

Bueno, Jesús, yo quiero vivir de cara al Reino de Dios, de cara a Ti, de cara a la eternidad.

ESTAR LISTOS PARA LA MUERTE

Y tú y yo nos preparamos para esta sorpresa. Claro que el Reino de Dios está aquí. Pero también es nuestro destino. Un destino que construimos cada día.

Pensar en la muerte (seguía diciendo el Papa Francisco), no es una fantasía fea, es una realidad.Si es fea o no fea depende de mí, de cómo lo pienso yo, pero estará y allí habrá un encuentro con el Señor. Esto será lo hermoso de la muerte,habrá un encuentro con el Señor, será Él quien venga al encuentro, será Él quien diga: “Ven, ven, bendecido por mi Padre, ven conmigo. No sirve de nada decir: Pero Señor, espera que debo arreglar esto, o esto “. Porque no se puede arreglar nada:aquel día (…) donde estés te tomarán, te tomarán; tú dejarás todo (Meditación diaria, 17 de noviembre de 2017).

Hasta ahí las palabras del Papa.

SIERVO BUENO Y FIEL

Encuentro. Dice que va a haber un encuentro con el Señor. Una palabra fuerte, pero también consoladora. El Reino de Dios nos lo encontramos aquí y también será nuestro destino. ¡Ojalá!

“Abrir los ojos del alma y verte, Jesús,sonriente, de pie, con los brazos abiertos. Y de tus labios, aquella fórmula de canonización: Muy bien siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco yo te confiaré lo mucho; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21).

Y tal vez te diré: Señor, pero no he hecho prácticamente nada. Y me repetirás: “Porque has sido fiel en lo poco yo te confiaré lo mucho. Y me dejarás ser parte de ese Reino de Dios para siempre.

Yo me iría a buscar a tu Madre, a darle un gran abrazo. Ella me dirá Bienvenido hijo mío, te estaba esperando…”. Y yo apenas sabré decir: “Gracias, Madre mía. ¡Qué bueno estar en casa!”.

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