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P. Neptalí

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SER AMIGOS DE JESÚS

Aprendamos de Jesús que nos enseñó con su ejemplo y su vida el sentido de la verdadera amistad.

La liturgia nos ofrece hoy la lectura del Evangelio de san Juan, donde escucharemos que:

«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Este es mi mandamiento, que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a ustedes los llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre ,se los he dado a conocer. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien les ha elegido, y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que lo que pidan al Padre en mi nombre, se los de. Esto les mando: que se amen unos a otros»

 (Jn 15, 12-17).

El Señor insiste en ese mandamiento nuevo. Lo que tiene de nuevo es que Él es el modelo. Es nuestro ejemplo a seguir, porque Él mismo lo cumple con su vida.

Él mismo dará su vida por nosotros, con su pasión, su muerte, su cruz. Allí el Señor da cumplimiento exacto a esa amistad que llega hasta dar la vida por el otro.

Bien, Él que es verdadero Dios, verdadero hombre, nuestro hermano, nos llama aquí amigos, amigos.

Si procuramos tratarle con intimidad, y eso lo sabemos por experiencia propia, participaremos en esa dicha, de esa divina amistad del Señor.

AMISTAD Y FILIACIÓN

Somos sus amigos, somos hijos de Dios Padre, de manera que filiación y amistad son como dos realidades inseparable para los que aman a Dios. A Él acudimos también como hijos en un diálogo confiado porque puede llenar toda nuestra existencia, toda nuestra vida.

El Señor nos ha elegido, nos dice, gratuitamente nos ha elegido, qué bueno es eso… Que optimismo nos da, que el Señor, no nos pide que por nuestros propios méritos lo alcancemos, sino que Él tiene la iniciativa siempre antes ¿no?  Él nos elige y una elección además absolutamente gratuita. Lo hizo con su apóstoles.

No fueron los apóstoles los que le eligieron a el Señor como maestro; como había la costumbre judía de elegirse o de escoger un rabino, iban y lo buscaban para que fuese su maestro.

Si no que fue Cristo quien los escogió a cada uno de ellos con sus virtudes y con su defectos, y a veces aparecían más los defectos que sus virtudes, pero allí estaban.

Esto nos puede traer a consideración como Dios mismo ha salido de sí; ha abandonado, digámoslo así, su gloria para buscarnos. Para hacerse hombre como nosotros, para traernos su luz, para traernos su amor.

SEGUIR A DIOS

 

EN ESTE PRECISO LUGAR

Y tú y yo queremos seguir  a ese Dios, que se ha puesto en camino; superando eso sí, cada uno, esa flojera, esa pereza, esa lentitud de quedarnos cómodos en nosotros mismos, para que Él mismo pueda entrar en nosotros y por nosotros en el mundo.

Esa amistad con el Señor tiene que llevarnos a un diálogo fecundo entre Dios y nosotros, que se da en ese misterioso encuentro entre el amor del Señor que llama y en la libertad del hombre, que siempre podemos responder al amor o no…

¡Ojalá siempre respondiéramos que sí! Sintiendo ese resonar de las palabras del Señor:

“No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien les he elegido y les he destinado para que vayan, den fruto y dure ese fruto”.

PERMANECER EN CRISTO

“Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes”, ya saben muy bien lo que eso significa, ¿no? Permanecer en el Señor, contemplarlo, adorarlo, darle un abrazo, en ese encuentro cotidiano con Él, en la eucaristía, también en nuestra vida de oración. Conocerlo, también, presente en las personas que están alrededor nuestro, las más necesitadas.

Permanecer con Cristo, eso significa que no podemos aislarnos, sino permanecer por allí también al encuentro de los otros, los demás; porque Él viene a nuestro encuentro. Desea acompañarnos en nuestro camino, abrirnos las puertas a una vida plena, feliz, y hacernos participes en esa relación íntima con Dios Padre.

Ser amigos del Señor, ser amigos de Jesús. La amistad de Jesús es siempre incondicional, nunca falla, ¡nunca falla! Y siempre cumple con lo que afirmó a sus discípulos:

“Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”.

Lo hace el Señor a diario en la santa misa y nos vuelve a dar su vida. Él está siempre cerca, es el amigo por excelencia.  Un amigo que, como decía san Josemaría, “a veces se deja ver solo entre sombras, pero cuya realidad llena toda nuestra vida”. 

AMOR POR SUS AMIGOS

Él ofrece a todos su amistad, espera que libremente nos acojamos a ella. El Señor  tuvo muchos amigos, tuvo muchos amigos, además de toda clase social, de toda profesión, eran de edad y de condición bien diversa. Personas de gran prestigio, quizá como Nicodemo, José de Arimatea. Hasta mendigos de la calle como Bartimeo que le seguía en el camino después de su curación.

La mayor parte de los lugares donde entraba la gente le quería, se sentían correspondidos por el maestro, amigos que no siempre el evangelio menciona por su nombre, pero cuya existencia se deja entre ver.

Especialmente aquellos de Betania, la hermana de Lázaro, Marta y María. Vemos en esa resurrección de Lázaro, cómo el Señor al enterarse que había muerto, regresa a Betania. Llevaba tres días de muerto, y cuando lo llevan al sepulcro ante la admiración y la sorpresa de todos, Jesús comenzó a llorar; tanto que los judíos comentaban entre sí:

“Miren cómo le amaba”.

Siempre es un poco contradictorio por qué el Señor lloraba, si tres minutos después lo iba a resucitar… Bien, pero es porque era su amigo, y el Señor era muy humano, tenía un corazón de hombre.

Jesús llora por un amigo, no es impasible ante el dolor de quienes mas aprecia, ni ante la experiencia del hombre. Como tú y yo, frente a la muerte. Una muerte de una persona particularmente querida y amada.

El Señor llora con lágrimas de hombre, de manera que todos los que estaban allí quedan asombrados. Eso es parte de la amistad, del querer. El Señor quería de verdad. Y quería hasta llegar al fondo de las almas.

JESÚS NUESTRO AMIGO

PERDONAR SETENTA VECES SIETE

Todas las circunstancias fueron buenas para Él para hacer amigos, para llevarles ese mensaje divino que Él mismo vino a traer a la tierra. Él buscaba, facilitaba esa amistad a todos aquellos que encontró por todos los lugares y caminos de Palestina.

Y los apóstoles sabían eso porque encontraron en Jesús al mejor amigo que pudieran desear. Era alguien que les apreciaba de verdad, a quién podían comunicar sus tristezas o alegrías, preguntar con confianza, siempre estaba disponible. Y de Él aprendieron el verdadero sentido de la amistad.

Jesús amigo accesible, acogedor, benevolente, desinteresado, generoso, sacrificado, fiel a pesar de nuestras infidelidades. Que no se cansa. Que espera, consuela, cura las heridas, que perdona siempre, anima y que vive en ese lugar más íntimo de nuestro ser, donde podemos encontrarlo siempre cuando le busquemos.

Pedimos a la Virgen que seamos muy amigos del Señor


Citas Utilizadas

Hechos 15, 22-31

Salmo 56

Juan 15, 12-17

Reflexiones

Aprendamos de Jesús el sentido de la verdadera amistad…

Predicado por:

P. Neptalí

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