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SANTOS INOCENTES

MILES DE CRUCES

«Contaba uno que, cuando visitó el cementerio americano situado junto a la famosa playa de Omaha, en Normandía, donde tuvo lugar el famoso desembarco en la Segunda Guerra Mundial, había sido una de las experiencias que recordaba con mayor emoción.

Sobrecoge la imagen de las más de nueve mil cruces perfectamente alineadas que señalan el lugar donde descansa cada soldado y decía que sobrecoge ver las edades, porque muchos no habían cumplido los veinte años.

Y me impresionó la inscripción que se encuentra en la tumba de aquellos que no pudieron identificar; se lee:

“Aquí descansa en honrosa gloria un compañero de armas a quien solo Dios conoce”.

Impresiona el recuerdo de aquellos soldados que llegaron de muy lejos para luchar por la libertad de unos países y unos pueblos que no eran los suyos, y es justo que no se les olvide, Y a la vez es tan poca cosa la memoria humana.

Por eso consuela que Dios sí conoce a todos, conoce a todos y cada uno de aquellos que murieron, incluso a los que nadie pudo identificar” (C.f. Adviento-Navidad 2017, con Él).

SANTOS INOCENTES

Se me venía esto a la cabeza porque hoy celebramos a los Santos Inocentes, almas de tantos niños que sin culpa alguna tuvieron el privilegio de derramar su sangre por el Señor, entregar la vida, aunque fuera inconscientemente. Y Dios, a través de su Iglesia, les recuerda y les agradece.

Nosotros también, porque tuvieron, aunque “inconscientemente”, la valentía de dar su vida por proteger a nuestro Dios “recién nacido” … al que estamos contemplando en esta Octava de Navidad.

Y a ti y a mí (a todo cristiano), Jesús nos ha llamado a entregar la vida por Él, pero nos pide que lo hagamos conscientemente y día a día.

Ojalá estemos decididos a responderle en cada momento para que se cumpla en nosotros lo que dice la Antífona de entrada de la misa de hoy:

“Ahora sigan al Cordero sin mancha, cantando: Gloria a ti Señor”.

Ojalá que así fueran nuestros días y “Jesús, queremos que así lo sean, conscientemente día a día, que te sigamos a Ti, con coherencia, con valentía”.

HUMILDAD

Me parece muy sugerente, pues que, en el Adviento, la Iglesia nos haya propuesto la figura de san Juan el Bautista y que esa figura precisamente nos habla de humildad y de sacrificio. Porque son dos cosas que siguen siendo válidas siempre y que nos pueden ayudar hoy… porque hoy saltan a la vista.

La primera: la humildad. Salta a la vista por contraste, porque Herodes está lleno de soberbia. Como lo decía un padre de la Iglesia:

“El que es soberbio, la soberbia es subir para abajo”.

Herodes que es viejo y supersticioso, cree en la venida del Mesías “pero le odia”, porque lo ve como posible rival al trono. Herodes está loco, ve en todos sombras que quieren su corona, y su demencia le lleva a matar: ahogó con sus propias manos a su cuñado Aristóbulo, él le parecía que era demasiado popular para su gusto.

Y luego, uno a uno fue pereciendo, por orden suya, su otro cuñado, José, el rey Hircán II, la altiva asmonea Mariamme (a pesar de ser su esposa), también la mató. Y hasta a sus propios hijos: Aristóbulo, Alejandro y Antípater.

Todo su reinado estuvo señalado por la sangre. Es más, en una ocasión hizo quemar a cuarenta jóvenes como “antorchas vivas” (c.f. Acercarse a Jesús 1).

SOBERBIA SIN LÍMITE

La soberbia de Herodes no tiene límite. Y es que, “sin humildad no se entiende al Rey Humilde” (así con mayúsculas) “Rey Humilde” que acaba de nacer” … y por eso Herodes no lo entiende.

Pero la soberbia no solo impide ver bien las cosas, sino que destroza lo que tiene a su alrededor, hace daño. La soberbia de Herodes manda matar a todos los niños menores de 2 años.

“Jesús, que yo no sea un Herodes de la vida que, por su soberbia, por estar demasiado centrado en sus cosas, pasa golpeando a los pobres inocentes que tiene a su alrededor (y que lo puedo llegar a hacer consciente o inconscientemente…). Al menos que luche por no dejarme enredar por este defecto de la soberbia, y sea humilde”.

SACRIFICIO

¿Y el sacrificio?… Bueno, “La muerte de los inocentes es sacrificio” y puede parece inútil a los hombres que lo ven con ojos que no tienen fe, pero a los ojos de Dios es fecunda. Estos niños, con su sangre, protegieron la vida de Dios.

Y le podemos decir:

“Jesús, yo me doy cuenta de que el dolor y la alegría van de la mano. No permitas que me olvide que la felicidad está unida al sacrificio, a las pequeñas y grandes incomodidades de la jornada. Haz que no pierda Tu luz, la luz de Dios en el dolor y que las contradicciones no me aparten de Ti” (Acercarse a Jesús 1).

Solo si entiendo esto, voy a entender el sacrificio de los inocentes en este día.

Un Padre de la Iglesia, se planteaba preguntas y al mismo tiempo daba unas respuestas que nos podrían servir también.

Porque él empezaba preguntando:

“¿Por qué abandonó a los que sabía que habrían de ser buscados por su causa y por su causa habrían de morir? Él había nacido rey y Rey del Cielo.

VICTORIA SIN LUCHA

¿Por qué abandonó a los que eran inocentes, desdeñó un ejército de su misma edad? ¿Por qué abandonó de esa manera a los que descansaban en una cuna como Él, y el enemigo, que buscaba solo al rey, causó daño a tantos soldados?”

Y responde inmediatamente san Pedro Crisólogo, (que es este santo de los primeros siglos) diciendo: “Cristo no abandonó a sus soldados, sino que les dio una suerte mejor, les concedió triunfar antes que vivir, les hizo alcanzar la victoria sin lucha alguna. Fueron plantados en el Cielo antes que en la Tierra.

Cristo mandó a sus soldados delante, no los perdió; recibió a sus huestes, no las abandonó.” ¡Ya nos gustaría a nosotros tener el Cielo, y un Cielo grande, asegurado… como estos niños…!!

La verdad es que los deberíamos de ver con envidia, “han protegido a ese Dios niño que ha venido a salvarme”. De alguna manera hasta les debo parte de mi redención.

Mira estas escenas, hay que vivirlas, hay que “vivirlas a fondo” para que nosotros sepamos aprender lo que tienen que enseñarnos.

UNA ANÉCDOTA

Justo también me recordaba de algo que contaba una madre de familia, que un domingo de diciembre, había colocado el nacimiento en su casa con todos, y cada uno había puesto de su parte; ¿no se? Poniendo el corcho, el musgo, el papel de plata para el río, cada figura allí puesta en su sitio.

Resulta que dos días después, cuando pasa delante del Belén, del nacimiento, se da cuenta de que no está la imagen del niño Jesús, y mira por el suelo por si se ha caído, pregunta a los hermanos mayores nadie sabe nada; lo comenta en la mesa durante la cena, pero “nada”, ni rastro de la figura.

Y un día mientras recoge la cocina, resulta que se le acerca el hijo más pequeño de cinco años y le pregunta con cara de circunstancia a la madre:

– Mamá, ¿puedo decirte algo? – Sí, claro. Entonces viene y le comenta con un poco como con tono de misterio: – Nos han contado en el kínder (en la guardería) que el rey Herodes quiere hacer daño al Niño Jesús. Así que lo he agarrado y lo he metido debajo de mi almohada para que no lo encuentre. Pero no se lo digas a nadie por si lo escucha Herodes…

Misterio resuelto. Por supuesto, la madre quedó profundamente conmovida cuando comprobó que su hijo pequeño había sido capaz de meterse tan de lleno en la historia.

ESTAR EN CADA ESCENA

“Pues Jesús, nosotros también queremos meternos muy de lleno en esta historia y poner todo de nuestra parte”. ¡Ojalá!

Y se lo pedimos al Espíritu Santo, que nosotros sepamos también meternos durante estos días de este modo en cada escena de la Navidad.

Acudimos a nuestra madre, que ella estuvo presente y que vivió todo esto de cerca, le supuso también un gran impacto, pero nuestra madre iba entendiendo todas las cosas según la mirada de Dios.

Pues Madre nuestra: Ayúdanos a nosotros también a sacar y a conseguir esas virtudes que todas estas escenas nos quieren enseñar, que nos quieren empujar a tener.

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