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SANTA MARÍA MAGDALENA

MARIA MAGDALENA

Ella vivía en la ciudad de Magdala; se llamaba María.

No sabemos muchos detalles de su vida (previo a su encuentro contigo Jesús), aunque la tradición nos da a entender que los placeres de la vida, las pasiones, quién sabe si la misma necesidad, le llevaron a rincones donde nunca pensó estar… Rincones de pecado…

ENSUCIA, ENREDA Y ATA

El pecado ensucia, enreda, ata, amarra… Y el rincón de su pecado fue abriéndose en su alma: ensuciando y amarrando, agrandándose hasta albergar siete demonios.

Seguro que la pobre vivía, como cualquiera que vive enfangado en el pecado, con vergüenza… 

Vergüenza que le llevaba a esconderse en el anonimato de aquella ciudad… Porque aquel lugar daba para esconderse…

Magdala era una ciudad portuaria a orillas del lago de Galilea de la que aún quedan restos. 

“Toda aquella zona era un centro estratégico, encrucijada de rutas de transporte de mercancías. También era abundante la pesca y la elaboración de productos alimenticios que se distribuían luego por todo el Mediterráneo a través de Cesarea Marítima”. 

GARUM

“Uno de los productos más valorados en el Imperio era el «garum», una exquisita salsa hecha con vísceras de pescado fermentadas. En el norte del lago se producía el «garum» a partir de los peces del Lago de Galilea y de la sal del Mar Muerto” 

(Diego Pérez Gondar, Noviembre 2019, con Él).

Tal vez María probaba el garum, pero pienso que mientras lo saboreaba se empalagaba, siendo consciente de que los placeres de esta vida acaban pronto, no satisfacen, tienen fecha de caducidad y ella había sido creada para mucho más que eso. 

Lo sabía, tal vez intentaba salir de su situación, pero no lo conseguía. ¡Qué daño hace la frustración y la desesperanza!

Pero no hay rincón del mundo, ni del alma, que te sea desconocido Jesús.

ACUDIR A TI

María, en su Magdala, escuchó de Ti. Hizo lo que deberíamos hacer cualquiera de nosotros al vernos enredados en el pecado, por mucha que sea nuestra debilidad o sea: acudir a Ti. 

El Evangelio de hoy nos la muestra buscándote, llorando por haberte perdido. Ya has resucitado, pero ella no lo sabe, ha visto el sepulcro vacío, te busca y llora.

Bien experimentado tiene la Magdalena qué es alejarse de Dios, qué es no tenerte a Ti Jesús…

Bien experimentado lo tengo yo… Lástima que no siempre reaccione como ella…

¡Todo tiene solución! ¡El pecado y nuestro pasado también! ¡Todo tiene remedio! Y el remedio se llama: Jesús.

¡Que bien lo sabe la Magdalena! A partir de aquel encuentro en el que los siete demonios no tuvieron nada que hacer, le quedó claro. Pero también de allí en adelante, porque ya no hubo quien la separara de su Jesús… 

BUSCARTE Y ENCONTRARTE

Señor Jesús, te pido que me ayudes a no pactar con el pecado, ni con la ocasión de pecado. Que no me deje engañar ni enredar. Ayúdame también a nunca perder la esperanza en la lucha, en ese esfuerzo por ser mejor, en ese dejarme transformar por Ti. 

Que te busque y te encuentre en la confesión y que recupere Tu gracia las veces que haga falta. Que nunca me separe de Ti.

Y que sea lo suficientemente humilde para darme cuenta que no puedo jugar con la ocasión de pecado. Que el pecado no se puede domar, no se puede domesticar. No puedo controlarlo. Que es como un perro desleal que acaba volviéndose contra su amo. 

APÓSTOL DE APÓSTOLES

El Evangelio de la Misa de hoy relata el momento de la vida de esta mujer en el que el Señor le revela su misión: “ser apóstol de los Apóstoles” (así dice el Prefacio de la fiesta de hoy).

Está tan metida en su pena, que tiene los ojos nublados y le confunde con un jardinero… Solo cuando la llama por su nombre (el acento, la voz) lo reconoce:

 “¡María! Ella se vuelve y le dice: ¡Rabbuni!, que significa ¡Maestro!”

(Jn 20, 16). 

También nosotros, muchas veces al día, podemos escuchar esa voz de Dios que nos llama por nuestro nombre; nos saca de nuestros pensamientos egoístas, de nuestras miradas cortas y terrenas, amplía nuestros horizontes y nos devuelve la alegría; nos saca de nuestro pecado y nos devuelve la gracia.

Y Tú Jesús le dices a María Magdalena:

“Pero anda, ve a mis hermanos y diles”

(Jn 20, 17). 

Esto a mi me conmueve porque ella, con su pasado y todo, es la elegida para anunciar la Resurrección de Jesús, nada más y nada menos que a los mismos doce y se convierte en apóstol de apóstoles. 

CUENTA CON NOSOTROS

El Señor también quiere contar contigo y conmigo para que seamos apóstol de apóstoles pero, para esto se necesita imitar de alguna manera a esta mujer… Hay que aprender de ella.

Me acordaba y te comparto, un suceso en la vida de San Josemaría. Hay un apunte suyo del 14 de enero de 1932, que es como un canto triunfal al dolor:

“Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor… ¡Glorificado será el dolor!”

(Apuntes, n. 563). 

La historia de aquella “catalina” (que así llamaba él a estos apuntes íntimos) la contaba en público durante la catequesis del año 1974 por tierras de América: 

Era una pobre mujer perdida, que había pertenecido a una de las familias más aristocráticas de España. Yo me la encontré ya podrida; podrida de cuerpo y curándose en su alma, en un hospital de incurables. Había estado de carne de cuartel, por ahí, la pobre. 

Tenía marido, tenía hijos; había abandonado todo, se había vuelto loca por las pasiones, pero luego supo amar aquella criatura. Yo me recordaba de María Magdalena: sabía amar

(AGP, P04 1974, II, p. 406).

(Y cuenta uno de los biógrafos de San Josemaría que), con el cuerpo cauterizado por el dolor y el alma purificada por el arrepentimiento, entró en agonía. El sacerdote le administró los últimos auxilios espirituales y, a las puertas de la muerte, le fue susurrando al oído la letanía del dolor (la que hemos leído). Ella, con la voz rota, repetía las frases gritando.

Poco después moría y en el Cielo está y nos ha ayudado mucho, agregaba San Josemaría. (Ibidem. La anécdota está citada y recogida en su texto por Álvaro del Portillo, Sum. 269; cfr. también Camino, n. 208).

(Y el biógrafo dice): Gracias a tanta oración, unas veces salpicada de sangre y otras de lágrimas, se iba haciendo el Opus Dei (porque así nació, en los hospitales de Madrid y en los barrios pobres)” (Andrés Vasquez de Prada, El fundador del Opus Dei Tomo I).

¿NOS ANIMAMOS?

Yo me atrevo a agregar: gracias a tanta sangre, lágrima y arrepentimiento; a tanta reparación, desagravio y conversión se ha ido haciendo la Iglesia. 

María, la de Magdala, se convirtió en apóstol; porque fue enviada a transmitir ese mismo mensaje que le había encendido el corazón. Y, como los apóstoles, se fue a los rincones del mundo. Ella terminó en Francia (la Galia).

¿Tú y yo nos animamos a hacerlo? Mira que Jesús se apoya en ti como en la Magdalena; mira que Jesús te quiere a ti como la quiere a ella.

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