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SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
UN MOMENTO DE ORACIÓN

Como siempre, en estos 10 minutos con Jesús, lo primero que le pedimos al Señor es que nos ayude a hacer la oración. Es un rato de oración, de diálogo, de relación con Él. Por lo tanto, tenemos que conseguir ese objetivo: poder hablarle con el corazón.

No sólo con la boca, no sólo con oraciones vocales, no con oraciones formales, ni simplemente escuchando la meditación. Sino hablarle a Jesús y decirle: «Señor, me gustaría tal cosa, me gustaría tener esto, me gustaría parecerme a Vos en esto. Por favor, desterrá de mi corazón, este pecado, este amor al pecado. Tengo una bronca que no logro desterrar.

Tengo un rencor que no logro deshacer. No consigo estar en paz con esta persona. No consigo convivir bien con esta persona. Tengo estos enojos. Tengo este problema de pereza. Tengo este problema de sensualidad…»

Lo que sea lo que tengamos que pedirle a Jesús, que logre transformar nuestro corazón. Y eso tiene que salir en la oración, porque estamos -insisto-, en un rato de conversación con Jesús. En un momento de diálogo. Estamos alimentando una relación. Una relación se alimenta de diálogo, de palabras, de comunicación y de encuentro.

UN ENCUENTRO DE CORAZÓN

Tenemos que transformar estos 10 minutos con Jesús en un verdadero encuentro, un encuentro de corazón donde nuestro corazón se encuentra con el corazón de Jesús.

Hoy estamos celebrando la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Muy interesante, porque es un momento especialmente bonito para que pensemos cuándo es que conocemos al Sagrado Corazón de Jesús.

Dice el Evangelio:

«Los judíos, como era el día de la preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande. Pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que lo quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al que habían crucificado junto a él.

Pero cuando llegaron a Jesús, y viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el corazón. Y al punto, brotó sangre y agua. El que lo vio dio testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad para que también ustedes crean.

Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: No le quebrarán ni un hueso. En otro lugar de la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron».

(Jn 19, 31-37)

Quien nos está contando esto es san Juan. Y nos recuerda esta realidad, que a Jesús le traspasaron el corazón. Él ya había muerto, pero aún así le traspasaron el corazón, y de ahí brotó sangre y agua… que lava nuestros pecados.

El Señor lo dijo muchas veces:

«Mi sangre será derramada»

(Lc 22, 19).

UNA SANGRE QUE TRANSFORMA

Así como en las antiguas alianzas que tenía Dios con el pueblo elegido. Pensemos, por ejemplo, en la Alianza del Sinaí, cuando Moisés asperje sangre del sacrificio de los corderos que habían inmolado, sobre la cabeza de la gente. No son rociados con agua bendita, sino con sangre. Porque las alianzas se sellaban con sangre. Nosotros hemos sido bañados con la sangre.

Si vemos la película de Mel Gibson, ahí aparece ese soldado -que después se convierte-, al cual, cuando le da el lanzazo (cuya lanza, se conserva en la Basílica de San Pedro), es regado por la sangre de Cristo. Una sangre que lo transforma, que lo impacta.

La sangre del Señor nos transforma a cada uno de nosotros, y nos devuelve la vida que habíamos perdido por el pecado. Este es el corazón de Jesús, un corazón traspasado, un corazón traspasado por el amor. Y nos ha querido tanto, que entregó su vida por amor.

SU CORAZÓN TRASPASADO POR EL AMOR

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús tiene este marco del Evangelio. Un evangelio en el cual se nos muestra «no» a Jesús en un acto de misericordia, lleno de ternura por los chiquitos que se le acercaban para pedirle cosas, o conmovido por la gente que estaba como ovejas sin pastor, o conmovido ante aquella viuda que perdió a su hijo único.

El Evangelio que se ha buscado para, -de alguna manera dar más fuerza a la Misa del Sagrado Corazón de Jesús-, no es un momento en el que Jesús manifiesta su ternura, sino el momento, en que el Corazón de Cristo es traspasado por una lanza, y su sangre es derramada.

Como decimos en la misa los sacerdotes en el momento de la consagración:

«Esta sangre está siendo derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados».

JESÚS ES NUESTRO MODELO

En ese momento se derrama la sangre de Cristo. Estamos mirando el corazón de Cristo. Estamos procurando ver la humanidad de Cristo, porque a Dios necesitamos conocerlo en su humanidad. Él es el modelo:

«Yo soy el camino, la verdad y la vida»

(Jn 14, 6).

Y nos ha dejado en este mundo las huellas por donde podamos seguirle y amar con su misma humanidad. ¡Con qué apasionado amor amaba siempre Jesús a la gente! ¡Con qué fuerza nos empuja a tratar cada vez mejor a los que nos rodean!

En el Evangelio de estos días, hemos leído como el Señor nos recuerda que, si alguno de nosotros, al acercarse al altar -el día jueves concretamente-, se da cuenta de que alguien tiene una queja contra nosotros, dejemos la ofrenda, y vayamos a reconciliarnos con esa persona, y luego volvamos al altar.

Es como si nos dijera: Bueno, antes de venir a verme a Mí, antes de comulgarme, reconcíliate interiormente, aunque sea con tu hermano.

Si podés reconciliarte formalmente, mejor. Si alguien tiene alguna queja contra vos, por favor soluciónalo. Porque nadie puede amar a Dios si no ama a todos los demás.

TENER UN CORAZÓN COMO EL DE JESÚS

No podemos permitir que cohabite en nuestro corazón el rencor ni la bronca con alguien, porque nuestro amor a Dios en ese momento se está asfixiando, se está ahogando, se está muriendo. Por eso necesitamos tener un corazón igual al Corazón de Jesucristo. Un corazón capaz de darse por entero a los demás, sin reservas, sin quedar sin nada para sí mismo.

Jesús, cuando se da, se da por entero; y por eso se da hasta la última gota de sangre. Pensemos que al Señor lo habían destrozado en la crucifixión, antes en la flagelación. El Señor llega con muy poca sangre en el cuerpo a la cruz. Y la va perdiendo, la va terminando de perder porque lo han clavado y se desangra. Se desangra físicamente.

Incluso le sacamos esas últimas gotas de sangre que todavía tenía en su corazón. Se lo traspasamos con un lanzazo. Es como si Jesús nos quisiera recordar: ¡Así se tienen que amar unos a otros, como yo los he amado, hasta la última gota de sangre, hasta el último esfuerzo!

UN CORAZÓN PARA LOS DEMÁS…

Llénense el corazón de las preocupaciones de las personas que lo rodean. No tengan preocupaciones propias, tengan las preocupaciones de los demás. Llénense el corazón de las preocupaciones ajenas. Como Jesús nos ha enseñado con su vida, Él vivió con preocupaciones de los demás, desde que se levantaba hasta que se acostaba. Estaba pendiente de los problemas, de las necesidades, de las angustias, del hambre, y de la ignorancia de todas las personas con las cuales se estaba cruzando.

Exactamente así ha de ser nuestro corazón. Un corazón increíblemente lleno de preocupaciones ajenas e increíblemente vacío de preocupaciones propias, de ideas propias. De tener como «mis berrinches, mis enojos, mis broncas», todas esas cosas que nos impiden ayudar a los demás.

Una persona enojada es incapaz de ser misericordiosa. Una persona con bronca, nunca tendrá el Corazón de Jesucristo. Porque no va a tener paz. No tiene la capacidad de amar. Ha perdido la capacidad de amar. Alguien con bronca, está enfermo, y enfermo de gravedad.

Por eso Dios nos dice: Por favor anda y reconcíliate, perdona. No dejes que eso te rompa el corazón, te está robando el corazón, está destruyendo nuestra relación.

Pidámosle hoy especialmente al Señor, en esta fiesta tan bonita del Sagrado Corazón de Jesús, que nos ayude a tener un corazón semejante al Suyo. «Dame Jesús, un corazón semejante al Tuyo. Dame un corazón como el Tuyo para poder amar como Vos amabas a la gente».

Y se lo pedimos también por intercesión de la Santísima Virgen, que nos ayude a tener un corazón igual al Corazón de Jesús.

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