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LIBERTAD Y CONFIANZA

LIBERTAD Y CONFIANZA
LA SINCERIDAD

Hoy en el Evangelio, Jesús pide -recomienda con fuerza- la sinceridad, la claridad. En otro momento, el Señor (seguramente lo tenemos el corazón, en la memoria) nos dijo eso de:

“la verdad los hará libres”

(cfr. Jn 8, 32),

clarito.

A propósito de esto, me acordaba, hace un montón de tiempo antes de ser sacerdote, en mi primer trabajo, como profesor en un colegio. En una conversación con otro profesor que llevaba más tiempo ahí (éramos buenos amigos), de repente, me quedo mirando…, me dijo: Creo que tú no te das cuenta Yo, de hecho, no me daba cuenta.

Me dijo: -Yo creo que tú no te das cuenta de la suerte de trabajar en un colegio como este. El sí había trabajado en otros colegios, yo no, era mi primer trabajo. Me decía: -Yo creo que tú no te das cuenta de la suerte de trabajar en un colegio como este.

Es una suerte esto de poder tener una confianza tan grande con los directivos del colegio o con el jefe del departamento, el departamento profesores, digamos: departamento de matemática, de inglés, de historia… ¡qué se yo!

Él me decía, la suerte, la tranquilidad, la confianza que uno tiene de poder decirle al jefe: -Oye, tengo tal problema, necesitaría tal cosa… Tengo esta dificultad, este desafió o este asunto familiar, necesitaría tal cosa… Y las cosas se ajustan, si buenamente se puede, para que uno pueda resolver aquello, que uno tiene pendiente, en lo que sea.

LA CONFIANZA

Pero él sobre todo iba, no tanto en lo práctico de poder resolver asuntos, temas, desafíos, problemas que uno tenga; sino la confianza, como la soltura interior a la paz que nace de esa confianza, del poder mostrarse tal cual, de poder decir las cosas como uno las necesita, como uno las ve, las dificultades que uno pueda tener.

Y decía también: -Y la manera cordial que hay aquí de mandar…”; porque a uno lo mandan, le piden cosas, dirigen digamos. Hay que organizar, pero de un modo amable, de un modo cordial.

También me decía: -La manera cordial, amable de corregir, porque uno también se equivoca, y que a uno lo corrijan, pero amablemente, cordialmente, es decir, en un ambiente de confianza. Y tenía razón mi amigo, yo no me daba cuenta…Con esto que me dijo, yo empecé a darme más cuenta y a valorarlo más.

Me decía: -Casi ningún lugar es como aquí. Claro, lo decía con orgullo, con una alegría del lugar donde trabajaba, del colegio con el que trabajaba; cómo se dice por aquí, “con la camiseta puesta”, totalmente, pero con base en la realidad, en la verdad.

JESÚS CORRIGE CON AMOR

En el Evangelio, en un pedacito, Jesús dice lo siguiente, con fuerza a los fariseos (no todos los escribas y no todos los fariseos eran hipócritas, pero algunos sí), y entonces a ellos el Señor les dice lo siguiente:

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que se parecen a sepulcros blanqueados, por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Lo mismo ustedes por fuera parece justos, pero por dentro están repletos de hipocresía y crueldad”

(Mt 23, 27-28).

El Señor Jesús, con el que ahora estamos estos minutitos rezando, “Tu Señor, Tú sí que eres super franco, super directo. Por cariño los corriges abiertamente, claramente, y les corriges con claridad su falta de claridad”. Pero no como con afán vengativo o pegar por pegar, sino que es corregir por cariño, por amor, para ayudar.

Quizá ahora también haciendo nuestra oración, el Señor nos puede ayudar en esto. Porque vivir con esta confianza con Dios, vivir con esta confianza con los demás, hacer a nuestro alrededor -en la familia, en el lugar de trabajo, en el grupo de amigos, en el barrio, en nuestro país-, hacer un ambiente de confianza… Y es que ¡claro! Hay que corregir cosas, pero corregirlas con confianza, amablemente; claramente pero amablemente.

Este ambiente de confianza, de sinceridad también para decir las cosas, para plantear cuando uno tiene una dificultad, cuando uno ha metido la pata o para corregir al que ha metido la pata, qué se yo… Pero este ambiente de confianza es un tesoro, y a Ti Señor, esto te encanta.

NATANAEL

“La verdad los hará libres”

(cfr. Jn 8, 32),

nos dijo en algún momento; otro:

“Que su sí, sea sí y su no, no”

(Mt 5, 37).

Hasta allí, sin más rollos, digamos, sinceramente, con confianza, con veracidad.

Uno ve en el Evangelio como le brillan los ojos al Señor y cómo alaba, en verdad, públicamente a Natanael, cuando dice:

“Este no tiene ni doblez ni engaño…”

(cfr. Jn 1, 47).

Ahora nosotros que estamos rezando, le podemos decir: “Señor yo quiero ser como Natanael; y las veces que he sido como Natanael, gracias por Tu ayuda para esos momentos, porque seguramente Tu gracia me ha ayudado, ¡con toda seguridad!

Y para las veces que no, te pido perdón Señor y para las veces que vienen, ayúdame, Señor.

Quiero ser como Natanael. Quiero ser directísimo como Marta”. Marta ahí en Betania, lo cuenta san Lucas, se planta frente al Señor y le dice al pan, pan y al vino, vino.

“Señor yo quiero ser como Natanael”, le podemos decir ahora, “Señor yo quiero ser como Marta contigo y con los demás también: amable pero franco, sincero, directo”.

EL COLOQUIO DE LOS PERROS

Cervantes tiene esas novelas ejemplares y una de esas, se llama: “El coloquio de los perros”, y hay un diálogo simpático entre dos, uno se llama Berganza y otro Cipión.

Berganza en un momento (quizá nos sirve ahora para rezar), le dice al otro:

«Acuérdome que cuando estudiaba le oí decir al preceptor un refrán latino, que ellos llamaban adagio, que decía: Habet bovem in lingua».

Y Cipión le dice ahora: «¡Oh, que en hora mala hayáis encajado vuestro latín! ¿Tan presto se te ha olvidado lo que poco a dijimos contra los que entremeten latines en las conversaciones de romance?»

A Cipión no le gustó nada el latín que tiro éste y Berganza le responde: “Este latín viene aquí de molde; que has de saber que los atenienses usaban, entre otras, de una moneda sellada con la figura de un buey, y cuando algún juez dejaba de decir o hacer lo que era razón y justicia, por estar cohechado, decían: Este tiene el buey en la lengua”. Hasta ahí Cervantes con su coloquio de perros.

Quizá nos sigue sirviendo para pedirle al Señor por nosotros mismos, para pedirle al Señor por la gente que nos rodea, para pedirle al Señor por las autoridades de nuestros países.

“Señor, que no tengamos el buey en la lengua. Que seamos sinceros, que seamos claros, que tengamos confianza en el corazón, que tengamos libertad profunda en el corazón”. Esto es una petición grande.

VERGÜENZA SOLO PARA PECAR

Hay una frase, un refrán (a propósito, ya que Cervantes cita refranes en latín), hay un refrán, un consejo muy bonito, que la mamá de san Josemaría le transmitió a él, le dijo: -Josemaría, vergüenza solo para pecar.

San Josemaría era chiquitito, era un niño y esto le quedó muy dentro, le quedo como tantas otras cosas que aprendió de sus papás. Nosotros también hemos aprendido tantas cosas de nuestros papás, podemos ahora mismo rezar por ellos, ¿verdad?, es de justicia.

San Josemaría aprendió esto, entre otras cosas, de la abuela (su mamá, la mamá del padre, la abuela) y entonces: Josemaría, vergüenza solo para pecar.

Ahora que estamos rezando que sea una petición: “Señor que yo tenga una valentía para ir hacia ti, para amarte, para querer a las demás personas; en eso, ninguna vergüenza, ser un sinvergüenza maravilloso. Con la locura, con la vectoraliedad que da el Espíritu Santo en el corazón.

Por una parte, le pedimos eso al Señor: “Señor dame esta fuerza, la luz, la claridad, la libertad de la sinceridad; y por otra, dame la vergüenza para pecar. Es una vergüenza buena.

“Josemaría vergüenza solo para pecar”, es un buen refrán que nosotros le pedimos a la Virgen, a san José que nos ayuden a vivir, a encarnar.

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