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P. Josemaría

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LA LUZ QUE PUEDO TOMAR EN MIS BRAZOS

Jesús, Tú eres la Luz que me ayuda a vivir, eres esa estrella que como a los magos, me guía al caminar, eres esa Luz que me llena de felicidad.

LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

En estos días estamos celebrando lo que la Iglesia llama la Octava de Navidad, que son como ocho días de Navidad, ocho días de fiesta, porque un solo día no fue suficiente para tan gran acontecimiento. En el evangelio de la misa de estos días vamos leyendo todo lo que rodea el nacimiento del Salvador.

Ayer era Herodes y la matanza de los niños inocentes. Hoy leemos lo que se conoce como el episodio de la presentación de Jesús en el templo y dice así el Evangelio:

“Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor…”

(Lc 2, 22).

Trata de imaginarte la escena… Seguro habrás contemplado alguna maqueta o algún dibujo del templo de Jerusalén que era impresionante, que era enorme. No me acuerdo cuántos, si cinco o seis; era del tamaño de cinco o seis estadios de fútbol.

De pronto por alguna de esas rampas llegan María, José y el Niño Dios. Entran en el templo, como era la costumbre de los judíos: llevar al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor para circuncidarlo.

LA ALEGRÍA DE SIMEÓN

Y aparece, inmediatamente un personaje entrañable, el viejo Simeón. Nos cuenta el Evangelio que era un hombre justo, piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; es decir, al que se le había prometido que él no moriría sin ver al Mesías. Él había recibido una revelación, que no moriría antes de poder verlo.

Ese día, como seguramente todos los días después de aquella revelación, habría ido al templo y ese día fue diferente. Porque en cuanto vio a la Sagrada Familia, supo en su interior, tuvo esa moción del Espíritu Santo de que ese Niño -que iba en brazos de María- era el Mesías esperado.

Así que ya te puedes imaginar su alegría, su ilusión; cómo se acercaría a ellos, cómo le pediría a la Virgen poder tomar al Niño en sus brazos, poder tener a Dios en sus brazos y con cuanto cariño lo cargaría.

Seguro que esta buena persona, este viejo Simeón, se le pondría la piel chinita y hasta lloraría de pura alegría.

Pues le podemos pedir al Señor, a Ti Jesús, esto mismo que experimentó Simeón, porque no es algo exclusivo de él. Le puedes decir: “- Jesús, a mí me gustaría también recibirte en la comunión, porque como Simeón yo puedo recibirte cada día, yo puedo tomarte cada día. Me gustaría hacerlo como lo hizo él, con el mismo cariño, con esa misma fe y con esa misma esperanza.”

Simeón conmovido, en ese mismo momento, entonó una oración de alabanza y agradecimiento a Dios que dice así:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar las naciones y gloria de tu pueblo, Israel.”

(Lc 2, 29-32).

LUZ PARA ALUMBRAR

Y me quiero fijar en estas palabras de este canto de alabanza que dicen:

“…luz para alumbrar las naciones…”

(op. cit.).

“Fíjate qué modo tan breve y hermoso de explicar quién eres Tú, Jesús. Tú eres luz para alumbrar las naciones.”

Seguramente que te has fijado como en la Liturgia de la Iglesia esta constante la presencia de Cristo, por este elemento de la luz. Por ejemplo, en el bautismo, son los papás y los padrinos quienes encienden una vela en el sirio que indica la fe, pero que indica la presencia de Cristo en esa criatura, en la que Jesús se va a hacer presente.

Luego, cuando van creciendo y se acercan los niños y las niñas a la Primera Comunión, ya son ellos quien sostiene la vela; que significa que Cristo, en esas almas va a tener una presencia de modo nuevo, que van a recibirlo sacramentalmente.

No sé si alguien recuerda -seguramente alguna de las personas que nos escucha-, yo lo recuerdo, cuando era chiquito que, en la misa, cuando el sacerdote se acercaba a dar la Comunión a los fieles, iba acompañado por el acólito que llevaba -igual que ahora- una charola en la mano; pero antes llevaba también en la otra, una vela, se llamaba Palmatoria, era una vela encendida que indicaba que Cristo estaba allí presente.

JESÚS ES LA LUZ

Ocho días de fiesta. Jesús Tú eres la luz

Luego se ve también la luz en la ceremonia más importante de todas, que es la Vigilia Pascual y cómo se encienden unas brasas afuera de la Iglesia que está completamente a oscuras en la víspera de la Resurrección del Señor.

Y cómo se enciende primero el cirio y, avanza por el pasillo el sacerdote cantando y compartiendo esa luz de Cristo que se va propagando, llevando de mano en mano para encender las velas que cada uno tiene en sus asientos. Entonces ya se encienden después todas luces.

Esta presencia de la luz significa que Jesús se hace presente y nos alumbra a cada uno y a las personas que haya a nuestro alrededor. Lo vemos finalmente en la velita, que está encendida en cada Iglesia junto al Sagrario, que anuncia la presencia de Jesús Sacramentado.

¿Y por qué ese elemento tan constante? Porque Jesús, Tú eres la luz. Esto se lo podemos pedir ahora a Jesús: “-Te pido ayuda para no olvidarlo. Porque, a veces, en mi vida hay oscuridad y con la oscuridad viene el miedo, la tristeza. Me suelto de Tu mano y me quedo a oscuras con mis problemas, ante mis debilidades, solo ante mis fracasos, solo ante todas esas cosas que me hacen sufrir.”

Bueno, pues si te pasa un poco esto, te animo a que mires de nuevo a Jesús, ahí está la clave. A que lo mires y que te dejes mirar por Cristo, porque en el Señor siempre encontramos la Luz. En su vida, en nuestro trato con Él, encontramos esa Luz que hace falta para iluminar nuestra existencia.

UN GRAN CRISTIANO

Ocho días de fiesta. Jesús Tú eres la luz

Una vez leí la historia de un cardenal, es una historia muy fuerte porque estuvo encarcelado durante trece años, en una cárcel de Vietnam. Era el Obispo de Vietnam, un señor Van Thuan.

Y de esos trece años, nueve los pasó en completo aislamiento. Bueno, pues allí contaba, que como no se pudo llevar ninguna Biblia a la cárcel, fue escribiendo una Biblia a base de las frases qué se acordaba del Evangelio en pedacitos de papel.

Hizo como una pequeña agenda y comentaba: “En ella escribí más de trescientas frases del Evangelio…”. Y sigue diciendo Van Thuan “…este Evangelio reconstruido y reencontrado fue mi estuche preciso del cual sacar fuerza y alimento mediante la lectura divina…”

Fíjate como este buen sacerdote, este buen obispo, que estuvo completamente aislado y encerrado tuvo esa genial idea de escribir las frases del Evangelio, para releerlas en los momentos difíciles y de allí sacar Luz.

JESÚS NOS AYUDA

“Es que Jesús, cuánto nos ayuda mirarte, verte sonreír, escuchar tus enseñanzas, verte curar, verte alegrarte y todo esto lo encontramos en las páginas del Evangelio. Verte también llorar ante la muerte de tu amigo Lázaro o entristecerte ante la dureza de corazón de los habitantes de Jerusalén o verte agotado frente al pozo de Sicar.”

“Jesús, en el Evangelio, cómo nos ayudan todos estos sucesos de Tu vida, porque contemplándolos yo encuentro luz para mi vida. Porque meditándolos me sirve conocerte, mirarte y tratarte.”

Bueno, pues que estos días de la Octava de Navidad, de verdad que: “Jesús Tú seas la luz que me ayuda a vivir, que Tú seas la estrella -que como a los magos- me guíe al andar. Que Tú seas Jesús, esa luz que me llena de felicidad, luz como la de Simeón, Tu luz me hace feliz.”

Un año más para revivir todos estos acontecimientos en la Navidad. Pero también para recordar que Dios no sólo se hace presente en la Navidad, sino que Jesús está presente cada día, sobre todo en la Eucaristía.

Vuelves Señor, cada día, en tantos momentos de mi vida… Jesús, que sepa buscarte, que me deje iluminar por Ti y si alguna vez me despistó un poco, pues pedirle ayuda a la Virgen. Porque ella nos acerque a Ti, porque ella nos lleva siempre hacia la luz que eres Tú.


Citas Utilizadas

1Jn 2, 3-11

Sal 95

Lc 2, 22-35

Reflexiones

Te pedimos Jesús que Tú seas la luz que nos ayuda a vivir, que nos guía al andar, que nos llenes de felicidad.

Predicado por:

P. Josemaría

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