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LA GRANDEZA ANTE NUESTROS OJOS

¿crees que está ahí? Creer. Eucaristía

Hace un tiempo me llegó este testimonio, que probablemente se ha hecho viral y te ha llegado también a través de internet. El narrador es desconocido, así como también los protagonistas de esta historia:

“Un hombre tiene 80 años e insiste en desayunar con su mujer.

Y cuando le pregunté, ¿por qué su mujer está en una residencia de mayores?, él respondió: ‘porque tiene Alzheimer’.

Entonces le pregunté: ‘¿Se preocupará su mujer si tarda usted en venir a desayunar con ella?’. Y respondió: ‘Ella ya no se acuerda de mí… Ya no sabe quién soy yo. Desde hace cinco años que no me reconoce’.

Yo, sorprendido, le dije: ‘¡qué bonito! Y aún así sigues desayunando con ella cada mañana a pesar de que ella no te reconoce’.

El hombre sonrió, me miró a los ojos y me apretó la mano.

Entonces me dijo: ‘Ella no sabe quién soy yo, pero yo sí sé quién es ella’”.

MENSAJE DE CRISTO EN PARÁBOLAS

La verdad es que no sé si la historia es cierta o una recreación. Pero la verdad es que no importa mucho. Es un poco como las parábolas del Señor, que nos da un poco igual si el buen samaritano existió o no, o si la mujer encontró su moneda perdida, o si el padre reaccionó así ante el retorno de su hijo pródigo.

Todo esto es Palabra de Dios. Y en las parábolas de Jesús importa menos si los sucesos o los personajes son reales o no, porque todo eso pasa a un segundo plano, y lo que de verdad interesa es el mensaje que Cristo quiere transmitir o, el vernos reflejados nosotros mismos en esas imágenes que se nos quedan en la mente.

Es lo que me sucedió al conocer esta historia. Me es difícil no verse reflejados en estas dos personas.

Somos Dios y cada uno de nosotros. Para esta pobre mujer, a causa de su condición, le es difícil darse cuenta totalmente del alcance del amor de su marido: “Ella ya no se acuerda de mí… Ya no sabe quién soy yo. Desde hace cinco años que no me reconoce”.

LAMENTO DE DIOS

También esto podría ser perfectamente un lamento de Dios. De hecho, es Palabra de Dios. Así lo reconocemos en el libro del profeta Jeremías:

“Mi pueblo es insensato, no me reconoce; son hijos necios que no recapacitan: diestros para el mal, ignorantes para el bien”

(Jr 4,22).

Al menos la mujer de la historia es totalmente inocente de su situación, pero nosotros no tenemos excusa.

MEDIOCRIDAD

Somos unos mediocres, según la definición de Chesterton: “La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante la grandeza, y no darse cuenta”.

En el caso de la mujer de la historia, ella no es mediocre, no es culpa suya, pero nosotros sí podemos ser inmensamente mediocres.

Dios se queja de la mediocridad de su pueblo según lo escuchado por boca de Jeremías, pero también sufre siglos después de este mismo pueblo. Es lo que leemos en el pasaje del evangelio de hoy.

“En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo”

(Lc 4, 24)

y al dar ejemplos de cómo Elías y Eliseo habían sido mejor recibidos en otros pueblos,

“al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta el precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo”.

(Lc 4, 28-31)

Son incapaces de darse cuenta de la grandeza de Jesús, es triste ver confirmado por su pueblo lo que precisamente se negaban a aceptar. Es el Mesías prometido, que camina entre ellos, que les habla, que los cura, y son incapaces de darse cuenta de la grandeza de Dios pasa entre ellos.

Son mediocres en toda regla, según la definición de mediocridad de Chesterton. Y lo más doloroso no es la mediocridad que les impide darse cuenta de la grandeza, sino el egoísmo que les impide darse cuenta del amor.

Pasó en tiempos de Jeremías, pasó en tiempos de Jesús, ¿sigue pasando ahora? Lamentablemente sí, en cada una de nuestras historias personales hay miles de ocasiones en las que el egoísmo nos vuelve mediocres en el amor y fuimos incapaces de reconocer a Dios.

Pero lo que nos conmueve de la historia de la señora con Alzheimer no es solo su condición, sino la fidelidad de su esposo: “Ella no sabe quién soy yo, pero yo sí sé quién es ella”.

DIOS ES FIEL Y MISERICORDIOSO

Lo mismo experimenta Jeremías y es lo que le hace reconocer

“que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana”

(Lam 3,22-23).

Una misericordia que es lo que mueve a Jesús a ser fiel hasta el extremo de la Cruz, a pesar de nuestra indiferencia:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido”

(Lc 13,34).

Y es también lo que tenemos que reconocer cada uno de nosotros: Dios es sorprendentemente fiel a pesar de nuestra mediocridad en el amor.

Yo me imagino que el esposo de esta señora mantendrá alguna ilusión (aunque sea mínima o remota) de que su mujer manifiesta una señal de haberlo reconocido.

Será grande su alegría porque grande es su amor, es lo que se nota, obras son amores y está haciendo obras de amor.

DIOS NOS ESPERA EN LA EUCARISTÍA

Yo imagino que es también lo que espera el Señor de nosotros en este tiempo de Cuaresma: un gesto generoso con el que le demostremos que somos capaces de reconocerle por ejemplo, en la Eucaristía, muestra máxima de un Dios que espera con fidelidad; un día tras otro a ver si entramos en razón.

Un Dios que espera  que le reconozcamos ahora en la Cuaresma en la confesión, como el hijo pródigo que se olvidó una temporada de quién es su padre y repentinamente tuvo un chispazo de lucidez mientras se hundía en la porquería.

Dios que se alegrará también porque espera que le sepamos reconocer en las personas que tenemos a nuestro lado, en la caridad fraterna, a pesar de que nuestros ojos mediocres también para el amor, lo que ven son los defectos y las miserias de los demás. Perdemos la paciencia de un modo asombrosamente rápido.<

TIEMPO PARA SALIR DE LA MEDIOCRIDAD

Le pedimos a Dios especialmente que nos regale “una luz cegadora, un disparo de nieve” que nos haga reconocer claramente que la Cuaresma es un tiempo propicio para salir de nuestra mediocridad en el amor; para arrancar a través de la penitencia, de la oración y de la limosna, esos egoísmos que nos mantienen ciegos a la bondad y a la fidelidad de Dios.

Estamos ya en la tercera semana del tiempo de Cuaresma, nos vamos acercando rápidamente a la Semana Santa, con este tiempo que pasa también gana en urgencia esta petición que te hacemos Señor.

No queremos ser mediocres en el día a día, pero menos todavía el tener la grandeza delante, nos da pánico que nos veamos de repente ante la grandeza de Dios pero como está clavado en la Cruz, seamos incapaces de ver esa grandeza.

Nos da pánico que pase la Semana Santa y la vivamos como unos paganos, por eso también le pedimos a Nuestra Madre la Virgen que nos ayude a tener un corazón enamorado, despierto, atento que sea capaz de reconocer a Cristo que pasa a nuestro lado, que sea capaz  de verle, que sea capaz de decirle: “Señor mío y Dios mío”.

No solamente cuando llegue la Semana Santa, sino desde ya en esta semana tercera del tiempo de Cuaresma, que sepamos verle nuevamente en la oración, en la penitencia, en los sacrificios, en la fraternidad, en los sacramentos.

Un corazón enamorado y listo para decir con la Magdalena: “Es el Señor”.

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