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DELICADEZA

Delicadeza, MARÍA AUXILIADORA, ¡RUEGA POR NOSOTROS!

De los cuatro Evangelios, san Marcos es el más antiguo, el más breve, el que trae más detalles que nos ayudan tanto a poner en juego la imaginación y meternos en la escena, para así contemplar el rostro amabilísimo de Jesús, Dios hecho Hombre.

Por eso es que recomiendo muchas veces, cuando me preguntan ¿cómo contemplar o que evangelio nos sirve para hacer oración? Y suelo responder así: comienza por san Marcos. Lógicamente que los otros tres son igualmente materia maravillosa de contemplación; pero es más fácil comenzar por san Marcos.

El evangelio de la misa de hoy está tomado el capítulo quinto. Y nos va a servir muy bien para hacer este ratito breve de oración contemplativa.

“En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se reunió mucha gente a su alrededor; y se quedó junto al mar”.

QUE VUELVAN A TI

“Jesús, ahora hay que no es mucha la gente que se reúne a tu alrededor. Ahora son más bien pocos los que te saben acompañar de cerca. Y quizá, muchos de esos ausentes, de los que antes iban y que ahora ya no van a verte en los sagrarios de la tierra, experimentan tu llamada profunda y misteriosa en sus corazones. Ayúdanos para que vuelvan a ti.

Pensemos cada uno, en familiares, amigos, amigas, que se han alejado del Señor. Elevemos al corazón de Cristo una oración de petición: ¡Señor, Ayúdalos! Que vuelvan a ti, porque se está mal lejos de ti. O también podemos decir: ¡Qué bien se está contigo, Señor!”.

Estos tiempos son tiempos de fidelidad, siempre lo han sido pero especialmente en lo que nos toca vivir ahora, fidelidad a la verdad y al amor de Jesucristo. Puedes renovar, si quieres ahora, un propósito de fidelidad de no abandonar al Señor.

Incluso más, de ser instrumento suyo para que otras muchas personas descubran la felicidad en Cristo. El único que da pleno sentido a nuestra existencia y que proyecta nuestra vida en la eternidad: Jesús de Nazaret, Dios hecho Hombre; camino, verdad y vida. Jesús de Nazaret, toda la misericordia, la bondad del amor de Dios.

NOS QUIERE FELICES

Jesús de Nazaret, un amor exigente,  que nos mueve a la conversión y al rechazo de lo que nos aparta de él, el pecado, y que nos hace tanto daño. Jesús nos quiere felices. Y eso implica, la lucha para permanecer cerca suyo. No apartarnos de él; y si nos hemos apartado, volver lo antes posible y así recuperar la paz.

“Se le reunió mucha gente a su alrededor. Y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga que se llamaba Jairo, y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, Impone las manos sobre ella para que se cure y viva””.

Jairo, un hombre de fe,  deja a su hija moribunda para salir en busca del Maestro, de Jesús porque sabía en el fondo de su alma que Jesús era el único capaz de sanarla ¡Que fe la de Jairo!

Y luego viene a continuación el episodio de la hemorroísa; en el cual me voy a detener un poquito más. Pero también podemos pensar cómo Jesús sabe tensar la cuerda del alma, no deja las cuerdas flojas. Sino a quienes se acercan a él, tensa la cuerda. Como las cuerdas de la guitarra, para que den el tono justo.

PEQUEÑAS VUELTAS DE CLAVIJA

Y en este caso Jairo es tensado por un Cristo que va, pero luego, a continuación, se detiene porque aparece una mujer que padece una triste enfermedad. Y esto significa para Jairo una tensión, una vuelta de clavija. ¿Quién de nosotros no ha experimentado esta realidad? Un Dios que le da pequeñas vueltas de clavija a las cuerdas de nuestra vida para que así demos un sonido mejor; un sonido de fe, de esperanza, de confianza en él, de confianza en su sabiduría, en su bondad, en su amor.

Podría haber hecho las cosas de otra manera y curar a la hija de Jairo a distancia o ver la manera de que esta otra, la mujer, la hemorroísa, no detuviera la comitiva y atenderla después;  sea lo que sea. Contemplamos el corazón de Jairo tensado para que también encontremos consuelo en esta realidad.

Si está pasando por algún problema, alguna dificultad y parece que el Señor no te escuchara, confía en él, está tensando tu corazón para sacar lo mejor de ti. Dios sabe más.

“Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna. Pero en vez de mejorar se había puesto peor”.

CONFÍA EN ÉL

Esta es la descripción que hace de san Marcos tan precisa de esta mujer y su enfermedad y su triste situación de vida.

“Oyó hablar de Jesús y acercándose por detrás de la gente, le tocó el manto, pensando: “con solo tocarle el manto, curaré””.

La hemorroísa, es una mujer de fe y podemos decir, una mujer de fe eucarística. Porque pensaba, como acabamos de escuchar, que no hacía falta tocar las manos de Cristo; o que el Señor con sus manos la bendijera en la cabeza; bastaba con que tocase el borde de su manto, las fibras de su túnica para ser sanada ¡Qué fe! Qué fe más maravillosa que tenemos que pedir a Jesús.

Pedimos ahora, en vista de que nosotros todas las semanas, varias veces también, y quizá ,de un modo diario. No solamente tocamos el manto de Jesús sino que todo Jesús; todo el cuerpo de Cristo, toda la sangre de Cristo,  todos los nervios de Cristo, todo el corazón sacratísimo de Cristo.

LE RECIBIMOS CON  PREPARACIÓN Y CARIÑO

Toda la humanidad, toda la divinidad, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios mismo e inseparablemente unido al Hijo, el Padre y el Espíritu Santo. Todo Dios “Perféctus Deus, Perféctus Homo” dice el Símbolo  Atanasiano, entra en nuestro corazón.

¿Cómo nos preparamos para comulgar? ¿Con qué cariño nos acercamos al Señor? Hemos dejado que entre en la rutina, el apuro, la prisa o la somnolencia espiritual, de tal manera que ante Cristo nos ponemos a bostezar o a pensar en cualquier cosa ¡qué pena sería!

Y no es tan improbable que esto suceda porque somos seres humanos limitados y funcionamos tan por los sentidos en razón de lo que vemos, en este caso no vemos a Jesús. Y sin embargo, sabemos que es él.

Bueno, entonces la fe a medida que va creciendo, y ahora estamos considerando en la eucaristía a raíz de este ejemplo precioso que nos da la hemorroísa, la fe está destinada a crecer. Hay que pedir la fe.

“Señor, auméntame la fe, ayúdame a tratarte con ternura. Ayúdame a tratarte, no digamos como mereces porque eso es imposible, pero por lo menos que ponga todo de mi parte para darte un consuelo cada vez que entras en mi alma”.

Que no sea un motivo de pena para el Señor. Ser un consuelo maravilloso, un motivo de alegría. Porque lo recibimos con delicadeza, con humildad, con piedad, con devoción.

SOLO CONTIGO, JESÚS

Les leo una oración tan bonita, que bien nos puede servir para los que estamos considerando hoy en la presencia del Señor. Con esto termino.

“Ahora quiero estar solo contigo, solo contigo Jesús. Estar contigo, tú y yo, solo los dos. Gozar de tu compañía sin que me importe el transcurrir del tiempo y tampoco el pasado ni el futuro. Porque sé, que en este instante me acompañas, y me amas, y me unes. Estar contigo.

No quiero estar con nadie ni con nada más. Contigo, Cristo. Solo quiero en silencio  gozar de tu presencia. En silencio por el pasmo de saberme en mí. Este increíble prodigio de tu hostia. Esta habitarme, Dios en mis entrañas. Tú en mí, Jesús. Ahora en mí. Lo creo con una certeza mayor a cualquier certeza de la Tierra. 

Por eso te digo que me basta simplemente tu presencia. Y me colma hasta hacerme saltar de dicha el corazón. En este instante, nadie ni nada más, solo tú, Jesús. Tampoco para ti existe ahora nadie ni nada más, sólo yo. 

Tú y yo. Gozo en silencio de tu presencia amable. Este amor infinito que me pierdo, esta dicha inefable de estar juntos. Me transformo en ti, en tu carne, en tu sangre, en tu alma, en mi Dios”. 

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