Icono del sitio 10 Min con Jesús AL

¿A DÓNDE VAS?

obediencia
JESÙS PERFECTO DIOS, PERFECTO HOMBRE

Me encanta verte muy humano Jesús, porque así te siento más cercano. Me da gusto ver que me comprendes porque experimentaste los sentimientos que experimenta todo hombre.

Hoy, en el Evangelio, nos sales al encuentro así -no sé cómo decirlo- muy hombre, muy humano.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ¿A dónde vas?” 

(Jn 16, 5-6).

ME QUIERO IR CONTIGO JESÚS

Jesús le duele que no le pregunten a dónde va. Pregúntaselo tú… Yo aprovecho: “¿A dónde vas Jesús? ¿A dónde vas para poder irme contigo? Aunque pensándolo un poco, reformulo la pregunta: 

¿A dónde vas Jesús?  ¿A dónde vas cuando te pierdo…?”

El niño, cuando va de viaje con sus papás, especialmente en lugares multitudinarios, se agarra de la mano, porque sabe el riesgo que se corre al separarse de ellos. Hasta se han inventado esas mochilas o chalecos con cordones que se extienden cierta distancia, para tenerlos sujetos.

Me acordaba de la angustia de aquel, que apenas con 4 años, había ido de viaje con la familia; y en pleno Nueva York, entre el mar de gente que salió del teatro se agarró de un pantalón, pero de otro señor pensando que era el de su papá. Y así se fue hasta a saber donde. Al verse solo, sin caras conocidas se puso a llorar… Claro, ¿qué más iba hacer?

ME ANGUSTIA ALEJARME DE TI, SEÑOR

Y tú que le has perdido. Yo que le he perdido tantas veces, ¿cómo lo has llorado? ¿Cómo lloras alejarte de Él? ¿Cómo lloras cuando no sabes a dónde va, qué se hizo, porque te has perdido?

Pero, es más, ¡¿y Jesús?! ¡Piensa en Jesús! ¡Piensa en la angustia de los padres de ese niño!

Contaba su madre: “Yo me fui sola como hipnotizada, llorando y rezando… Seguí caminando, y al llegar a la esquina, me di cuenta que estaba en Times Square. Fue horrible ese momento… tanta gente, ¿cómo lo iba a encontrar? Pues seguí caminando, y entre toda la gente que iba y venía por la acera, se alejaban de alguien que estaba en el suelo.

Me dirigí allí y veo a mi hijo paradito frente a una señora arrodillada que le hablaba. Le expliqué en mi mal inglés, que era mi hijo. Y le di el abrazo más apretado que pude… Todavía se me acelera el corazón cada vez que lo cuento». Así lo decía.

Díselo: 

“¡Que no te pierda Jesús! Átame si hace falta. No me dejes ir muy lejos”.

Y se lo pido a tu Madre, que es Madre mía, especialmente en este mes de mayo, con aquella oración que aprendió el beato Álvaro del Portillo cuando era pequeño: 

Dulce Madre, no te alejes. Tu vista de mí no apartes. Ven conmigo a todas partes y solo nunca me dejes. Ya que me proteges tanto como verdadera Madre. Haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo»

(Álvaro del Portillo, Javier Medina Bayo).

¿A DÓNDE VAS JESÚS? ¿A DÓNDE VAS CUANDO TE PIERDO?

Pero noto que Tú me respondes: «No te dejo. Estoy allí siempre aunque no te des cuenta».

Y se me venía a la mente aquel relato, de un autor desconocido, que seguramente alguna vez habrás leído. Se titula Huellas en la arena.

HUELLAS EN LA ARENA

“Una noche tuve un sueño… soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del Cielo, pasaban escenas de mi vida.

Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de huellas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.

Cuando la última escena pasó delante de nosotros, miré hacia atrás, hacia las huellas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de huellas en la arena.           

Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: «Señor, Tú me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de huellas. No comprendo porque Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba

Entonces Él, clavando en mí su mirada infinita me contestó: -Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de huellas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos».

ESTOY MAL LEJOS DE TÍ

¡Es así! Él no nos deja. Tal vez, por eso, eres Tú Jesús quien me pregunta: ¿A dónde vas cuando te pierdo…?

Jesús, voy a mi egoísmo. Voy al búnker de mi yo. Voy a mi cerrazón que tantas veces necia, la que piensa que no hay salida y se encierra en sí misma.

Voy a mi soberbia del que cree que puede solo. Voy a la autosuficiencia del que piensa que no te necesita. Voy a mi tristeza, porque cuando no te tengo cerca no estoy bien, lo tengo claro: no estoy bien lejos de Ti.

Y entiendo perfectamente aquello que le decías a la santa de Ávila, cuando Teresa meditaba sobre el misterio grande de la libertad humana, que significa que la salvación eterna depende al final de la respuesta libre de cada ser humano. Y que, ante la terrible realidad de la condenación eterna de una sola alma, escuchaba Tu lamento amoroso que le decía: “Teresa yo quise, pero los hombres no han querido”.

SEÑOR ¿POR QUÉ NO QUIERO..?

¿Por qué me cuesta tanto querer? No es que no sepa a dónde vas cuando te pierdo. Es que te esquivo, es que me escondo. Es que, a veces, simplemente no quiero…

Me revelo, me emberrincho, no quiero. ¡Señor, ayuda mi querer! Quiero querer… Quiero ir donde Tú vayas. Aunque me cueste. No soy el único al que le cuesta.

Cuenta la “Leyenda Áurea” que el apóstol PEDRO, huyendo de las persecuciones cristianas del emperador Nerón (año 64), temeroso de lo que pudiera sucederle, salió de Roma por la Vía Apia.

En el trayecto se encontró de frente con la figura de Jesucristo que, cargando la cruz, se interponía en su camino. Sorprendido, Pedro le preguntó: – Domine, quo vadis? (Señor, ¿A dónde vas?). Y a lo que Jesús le respondió: – Venio Roman Iterum Crucifigi (Vengo a Roma para ser nuevamente crucificado).

San Pedro, avergonzado de su huida, retornó a Roma a enfrentarse con su inevitable destino, y allí fue inmediatamente detenido y condenado.

JESÚS, QUIERO IR CONTIGO Y CON TU MADRE

Después de todo me doy cuenta de que, preguntarte “A dónde vas”, no es fácil. Tal vez es por eso que nadie te pregunta, nadie se atreve a preguntarte.

Pues yo sí. Hoy y mañana y cuando haga falta: ¿A dónde vas? Que quiero ir Contigo a todas partes. A dónde sea. Dime que te sigo hasta el fin del mundo acompañado de tu Madre, de mi Madre, en quién encontraré las fuerzas que me faltan.

Salir de la versión móvil