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P. Rafael

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UNA VIDA LLENA DE MILAGROS

La vida del Padre Pío de Pietrelcina nos reafirma en que Dios es el de siempre, también en tiempos actuales. Pero, ¿por qué son menos frecuentes los milagros? ¿Por qué nos cuesta ver la mano prodigiosa de Dios en nuestras vidas?

IDENTIFICADO CON LA CRUZ DE CRISTO

¡Hoy es un día de fiesta! Estamos de fiesta porque hoy es mi cumpleaños, (por pura coincidencia, estoy aquí dirigiendo este rato de oración, y como es mi cumpleaños, pues acepto cheques, efectivo, transferencias…) ¡No, mentira! Lo que sí acepto son oraciones, que de hecho es lo único que me interesa.

Pero hoy estamos de fiesta porque celebramos a uno de los santos con mayor devoción en la Iglesia Universal. Se trata de san Francesco Forggione, y ese nombre capaz no te dice nada, pero si es el de Padre Pío de Pietrelcina, un hombre cuya vida estuvo siempre acompañada de la fuerte presencia de Dios.

Esa fuerza que se manifestaba dentro de su vida común, su vida ordinaria, a veces de modos muy extraordinarios y de muchos milagros. Además de esa fama de santidad que siempre le acompañó, que hacía que la gente hiciera largas filas para poder confesarse con él.

Sabemos que llegó hasta el extremo de la identificación con Cristo en la Cruz, a través de esos estigmas, de esas llagas en sus manos, en sus pies y en su costado. Y que le sangraron dolorosísimamente por más de cincuenta años.

Se cuenta además, que podía vaticinar a veces el futuro. La anécdota más famosa tiene como protagonista a Karol Wojtyla, al futuro san Juan Pablo II.

Se dice que en una entrevista, en un encuentro, el Padre Pío le predijo en 1946 a Karol Wojtyla que llegaría a ser Papa. (Suponemos que no se lo creyó).

Le dijo además, que sufriría una violencia física, pero que esa violencia no le causaría la muerte. Claro que, todo esto se ha comprobado después como verdadero.

BILOCACIÓN

Además de la vida sorprendente del Padre Pío, hay testimonios del fenómeno de la ‘bilocación’, que consiste en dejarse ver por distintas personas al mismo tiempo en diversos y distantes lugares.

Seguramente la más conocida anécdota de la bilocación del Padre Pío es esa que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Porque resulta que dos tripulantes de un bombardero americano (imagínate el susto), vieron en pleno vuelo al Padre Pío que les dijo, que no dejaran caer su carga destructiva sobre San Giovanni Rotondo, que era el pueblo donde vivía el Padre Pío.

Pero además, era el pueblo donde había desarrollado esa gran labor apostólica en favor de los enfermos y los ancianos. Y por supuesto, después del susto, claramente no lanzaron ninguna bomba.

UNA VIDA LLENA DE MILAGROS

INEDIA

Además de la vida sorprendente y milagrosa del Padre Pío, se cuenta que también vivió sorprendentemente la inedia’. La inedia consiste en -yo no sé si la gente le llamará ahora la famosa dieta intermitente-, pero bueno, la inedia consiste en sobrevivir largos períodos con muy poco alimento.

En el caso del Padre Pío, concretamente comía poquísimo. Se dice que apenas cien calorías diarias. Eso es absolutamente nada, porque no comía nada por la mañana, nada por la noche y al mediodía apenas un plato de legumbres con muy poco pan.

Claro, esto es un milagro, porque los médicos no se podían explicar cómo podía hacer tanta labor, cómo podía pasar tantas horas atendiendo personas en el confesionario con tan poco que comía.

En fin, yo creo que a nadie le queda duda de que el Padre Pío tuvo una vida llena de milagros.

“Y aprovechamos este testimonio tan reciente para pedirte, Señor, que nos ayudes a tener más fe. Y es verdad que para tener fe y para vivir de la fe, son suficientes esos milagros que hiciste hace más de veinte siglos. Esos milagros que leemos en los Evangelios.

Pero ayúdanos también con este testimonio del Padre Pío a no caer en ese escepticismo, que nos lleva a creer que los milagros son cosa del pasado, o que la ciencia ya llegó y que ha desmitificado y nos ha llevado a una fe más adulta, una fe mas madura”.

FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA

Hace pocos días aquí en Venezuela se hicieron virales unos videos, donde supuestamente aparecía ‘La Sayona’, que forma parte de la tradición popular de Venezuela, y creo que de otros lugares, también de Latinoamérica.

Es un espanto que aquí aparece, sobre todo en los llanos, y que aterroriza sobre todo a los hombres mujeriegos. (¡Vamos que La Sayona tiene bastante trabajo!), y se ve que quien grababa estos videos estaba ‘más asustado que una vieja en moto’. 

Pero la verdad es que La Sayona tenía mucho tiempo sin aparecer, prácticamente desde que llegó la luz eléctrica a esos pueblos. Y es tanto así, que se llegaba a decir, que llegó la ciencia y desapareció La Sayona.

Y en nuestro caso, tristemente, podríamos creer que ‘llegó la ciencia y desaparecieron los milagros’. ¡Pero esto no es así!

Nos advierte san Josemaría que: “Dios es el de siempre. —Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura. —¡El brazo de Dios y su poder, no se han empequeñecido!” (Camino p. 586)

Es decir, que esa frase que acabamos de decir sería más bien algo como: se fue la fe y desaparecieron los milagros. Y por eso que bien nos viene ese reproche cariñoso Tuyo, Señor: «Si tuvieran fe como un grano de mostaza» (Mt 17, 20), pues seguramente nosotros veríamos más milagros.

“Por eso también en este rato de oración te pedimos sinceramente Señor, con humildad «Creo, pero ayuda mi incredulidad» (Mc 9,24)

Y no sólo porque Jesús haría más milagros, sino porque sí creo más, veríamos con mayor facilidad esos muchos prodigios que haces ya en nuestro día, en nuestras vidas”.

UNA VIDA LLENA DE MILAGROS

¡GRACIAS MI SEÑOR!

A mí me ha ayudado muchísimo una anécdota que sucedió hace poquísimo tiempo. Aprovechando el encierro de la pandemia, decidimos en mi casa hacer una limpieza extraordinaria: barrer en sitios en los que no se barría casi nunca, ordenar los armarios, botar cosas viejas.

El calor, como suele suceder aquí en el Caribe, era insoportable, y uno de los trabajadores que estaba con nosotros, que nos ayudaba, en un momento de descanso se fue a tomar agua. Él, pensando que nadie lo veía, después de beber un sorbo, dijo en voz muy baja, -yo conseguía escuchar lo que decía- y dijo: —¡Gracias, mi Señor!

Y lo dijo de verdad, lo dijo sin dramatismo. A mí me ayudó muchísimo esto, porque me hizo pensar que quien vive así, agradeciendo a Dios absolutamente todo, incluso hasta un poco de agua, seguramente ve más fácilmente los milagros de cada día.

Bueno, porque el agradecimiento en cierto modo, es agradecimiento a Dios. Nos dilata las pupilas para ver con mayor facilidad lo sobrenatural.

“Señor, tenemos que pedirte perdón también, porque sabes que uno de los grandes enemigos de nuestro agradecimiento es el ‘acostumbramiento’

Porque no te agradecemos los milagros de cada día, porque nos vamos acostumbrando a ellos, al milagro de abrir los ojos cada mañana, al milagro de la vida, al milagro de tener personas a las que podemos amar libremente.

Empezando, Señor, por el milagro de poder amarte a ti en lo concreto. ¡Eso es un privilegio, eso es un milagro!

Porque, por ejemplo, los animales no tienen este privilegio. Señor, si tan sólo me diera cuenta del prodigio de cada misa, yo no me contentaría con ir a misa los domingos. Ese es el mínimo que me ha propuesto la Iglesia. Yo iría más. Intentaría, si me es posible, ir todos los días a misa y después de cada misa me quedaría unos instantes agradeciéndote intensamente por ese milagro de haber recibido en la comunión”.

LOS MILAGROS DEL DIA A DIA

“Señor, con cuánto agradecimiento contemplo yo el milagro de mi vocación a la santidad. Y le llamo milagro, porque me parece un milagro que Dios siga creyendo que yo todavía puedo ser santo.

Con cuánta facilidad veo esas miles de intervenciones que haces a mi favor a lo largo del día. Gracias porque llegué a tiempo a este sitio o porque hoy tengo algo que comer. Gracias, mi Señor, por este vaso de agua”.

Yo creo que así será más fácil ver esto que nos decía san Josemaría, que hoy, en estos tiempos, tampoco se ha abreviado la mano del Señor. Y es verdad que nos bastan los milagros del Evangelio.

También podemos contar con esos miles que se producen cada día en nuestras vidas y que podemos apreciar sólo si tenemos los ojos abiertos por el agradecimiento.

Pero bueno, eso no quita que podamos pedirte más. Seguramente todos tenemos algún milagro que pedirte, Jesús. A veces, ni siquiera es un milagro para nosotros, sino para un ser querido: conseguir un empleo, recuperar la salud, resolver una situación complicada en la familia o en el trabajo, o agilizar un trámite burocrático que tiene tiempo paralizado…

UNA VIDA LLENA DE MILAGROS

Y nos atrevemos a pedirte estos milagros porque sabemos a quién se los pedimos. No te lo exigimos, sino que te lo pedimos con fe. Sobre todo con una fe en esa bondad que siempre nos concederá lo que nos haga falta, incluso un milagro.

Además, sabemos que los milagros que nos concederás son los imprescindibles, con tal de que lleguemos al Cielo, que de hecho, ese es el único milagro que nos interesa.

Le pedimos también a nuestra Madre del Cielo, que interceda por nosotros, para que tengamos mayor visión sobrenatural, para que seamos más agradecidos. Para que podamos darnos cuenta de que no sólo el Padre Pío, sino también nosotros, vivimos una vida llena de milagros.


Citas Utilizadas

Ecl 3, 1-11

Sal 143

Lc 9, 18-22

Camino p. 586

Mt 17, 20

Mc 9, 24

Reflexiones

Señor, te pido nos ayudes a ser hijos agradecidos, nos abras lo ojos para ver esos milagros que pasan a nuestro alrededor y a cada instante…

Predicado por:

P. Rafael

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